Santa Rosa de Viterbo, Boyacá, 20 de noviembre de 1911 – 1995
Éste es el cielo de azulada altura
y éste el lucero y ésta la mañana
y ésta la rosa y ésta la manzana
y ésta la madre para la ternura.
Y ésta la abeja para la dulzura
y éste el cordero de la tibia lana
y éstos: la nieve de blancura vana
y el surtidor de líquida hermosura.
Y ésta la espiga que nos da la harina
y ésta la luz para la mariposa
y ésta la tarde donde el ave trina.
Te pongo en posesión de cada cosa
callándote tal vez que está la espina
más cerca del dolor que de la rosa.
Yo creía que esperar
era dar zancadas sobre las mismas baldosas,
contándolas
y mirando
sus manchas, sus hendiduras y desgastes,
pensando
no en el tiempo, sino en ti.
O tal vez
estar sentado con la cabeza
entre las manos
mirándome la punta de los zapatos
o los restos de esa cerilla en el piso,
pero nunca había pensado
en mi alma, como un arbolito de agua,
esperándote entre la luz de cada día
donde se reflejan
una camelia, o tu frente
o unos pececillos de colores
igual que un beso en los sueños.
MOMENTOS DE LA DONCELLA
A Yolanda Oreamuno
Dormida así, desnuda, no estuviera
más pura bajo el lino. La guarece
ese mismo abandono que la ofrece
en la red de su sangre prisionera.
Y ese espasmo fugaz de la cadera
y esa curva del seno que se mece
con el vaivén del sueño y que parece
que una miel tibia y tácita lo hinchiera.
Y esa pulpa del labio que podría
nombrar un fruto con la voz callada
pues su propia dulzura lo diría.
Y esa sombra de ala aprisionada
que de sus muslos claros volaría
si fuese la doncella despertada.
II
EL ESPEJO
Retrata el agua dura su indolencia
en la quietud sin peces ni sonidos;
y copian los arroyos detenidos
sus rodillas sin mancha de violencia.
Sumida en esa fácil transparencia,
ve sus frutos apenas florecidos,
y encima de su alma, endurecidos
por curva miel y cálida presencia.
Con un afán de olas, blandamente,
cada rayo de luz quiere primero
reflejarla en la estática corriente.
Y el pulso entre sus venas prisionero
desata su rumor y ella se siente
a la orilla de un río verdadero.
III
LA MUERTE
Igual que por un ámbito cerrado
donde faltara el aire de repente
volaba una paloma por su frente
y por su sexo apenas sombreado.
Y por su vientre de cristal –curvado
como un vaso de lámpara- caliente
el óleo de su sangre, dulcemente,
quedó de su blancura congelado.
Sus claras redondeces, abolidas,
bajo la tierra al paladar del suelo,
entregaron sus mieles escondidas.
Y alas y velas sin el amplio cielo
de su mirada azul, destituidas
fueron del aire y fueron de su vuelo.