Revista #8

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Indice

Editorial

Articulo

De la editora: ¡Fuera verdad tanta belleza! María Mercedes Carranza

7

Ernesto Cardenal
– Expansión
 

15

Tango y poesía Horacio Salas

23

Poesía cubana de hoy Arturo Arango

39

IV Festival Internacional de Poesía en Medellín
Acerca del «Festival Internacional de Poesía en Medellín»
– Cinco poemas de amor
– Tegucigalpa
– De «La Rose Brunie»
– Capricho
– Monólogo del poeta editor
– De «Yiskor»
– Desamores

Gabriel Jaime Franco
Rudolf Peyer
Roberto Sosa
Henri Deluy
Marin Sorescu
Jesús Munárriz
Gloria Gervitz
Valerio Magrelli

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71
74

Notas sobre la poesía de Eduardo Cote Lamus Hernando Valencia Goelkel

79

Poesía colombiana (I)
– El músico
– Miserias de la palabra
– Caramanta
– Treblinka

Guillermo Martínez González
Piedad Bonnett
Robinson Quintero
Oscar Torres Duque

91
93
95
97

III Encuentro de Poetas Hispanoamericanos
Entorno al «Encuentro de Poetas Hispanoamericanos»
– Fuera de cualquier sospecha
– Eldorado
– Que son ya sueño
– Todo poeta…
– Muy poca sombra para tanto sol
– Los manteles y sábanas tendidos
– Boom
– Arbol nocturno
– Uno
– Acción
– Quizás
– De «Allá lejos»
– Golpe de dados
– De «La pecera»
– De «Celos que matan, pero no tanto»
– Mujer
– La fisura
– La condena de una niña adolescente
– Canciones del arquero
– Noticias a la madre
– Ni siquiera la ciencia es una vaca sagrada
– Poema de Cavafis

John F. Torres Sanmiguel
José Paulo Paes
Javier Lentini
Luis Marré
Juan Calzadilla
Washington Benavides
César López
Rodolfo Alonso
Jesús Urzagasti
Luis Alberto Crespo
Daniel Freidemberg
Jaime Hales
Raúl Zurita
Abelardo Linares
Víctor Manuel Mendiola
Teresa Calderón
Daniel Enrique Chirom
Tomás Harris
Verónica Jaffé
José María Espinasa
Alberto Rodríguez Tosca
Edwin Madrid
Aleyda Quevedo

101
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172

Los oficios de la poesía
Poetas editores
El traductor y la formación del lector de poesía
Una pequeña defensa de la traducción poética
El «boom» de la poesía latinoamericana
¿Un «boom» de la poesía?
Las revistas literarias y la formación del lector de poesía
Jesús Munárriz
José Paulo PaesVerónica Jaffé

Rodolfo Alonso
Juan Calzadilla
Javier Lentini y Rosa Lentini

177
180

186

193
197
203

Antonio Machado: «El don preclaro de evocar los sueños» Policarpo Varón

207

Poesía colombiana (II)
– Vuelo nocturno
– Secretos de la arquitectura egipcia
– Lenguajes
– Klavierstück en modo franco

Yirama Castaño
Carlos Troncoso
Roberto Puentes Quenguan
Philip Potdevin Segura

215
216
217
218

Nicolás Suescún: Los cuadernos de Suescún
De «Los cuadernos de N»
Hernando Valencia Goelkel
Nicolás Suescún

221
225

Donaciones a la Casa de Poesía Silva  

233

Apéndices  

241

REVISTA CASA SILVA # 8

¡FUERA VERDAD TANTA BELLEZA!

De la editora 
En el año de 1994 hubo una buena actividad poética en el país. Seré muy parca en las enumeraciones. Gracias al impresionante esfuerzo de los editores de las revistas Ulrika en Bogotá y Prometeo en Medellín, se realizaron dos congresos internacionales en esas ciudades, a los cuales concurrieron alrededor de 60 poetas del mundo. Y se proporcionaron al tiempo foros y auditorios a otros tantos escritores colombianos. Ese flujo de intelectuales y de versos rompió por unas semanas el asfixiante e insólito aislamiento cultural que vive Colombia y propició la creación de ricos vasos comunicantes que, poco a poco, permitirán percibir las ideas y formas de creación que circulan hoy en otras latitudes.
Espacios como «Poesía en escena» que organiza la escritora Mery Yolanda Sánchez y la Corporación Colombiana de Teatro, como la Casa de Poesía Fernando Mejía que dirige con dedicación María Inés Gallego en Manizales, o como «Poetas del exilio» en Santa Marta que coordina el escritor Vargascarreño, se consolidaron y ampliaron su audiencia.
Hubo realizaciones aisladas memorables, como la publicación de las excelentes traducciones de poesía de Emily Dickinson, hechas por José Manuel Arango, y de Una temporada en el infierno, realizada por Nicolás Suescún. Además está la jugosa publicación de libros de poesía por iniciativa de la Fundación Gubereck. A todo ello debe sumarse la actividad ya habitual en salas y en materia de publicaciones periódicas y de libros, de las cuales se da cuenta en el Apéndice de esta revista.
Pero, cosa curiosa, esos trabajos, que además proporcionan a nuestra golpeada sociedad horizontes de justicia, de amor y de vida, que se convierten en una alternativa de la cuota cotidiana de sangre y de la acelerada degradación moral, inquietaron por oscuras razones a la intelectualidad local, que alzó su voz para poner en entredicho la validez de tales esfuerzos.
Un novelista en ciernes aseveró que el colmo de la frivolización cultural lo constituía el evento «La poesía tiene la palabra», que organiza cada dos años la Casa Silva, porque llevaba a la masificación del género. ¿Será, en verdad, frívolo y reprobable hacer posible que 10 mil personas puedan oír en un recinto cerrado los versos de Mario Rivero, Jaime Jaramillo Escobar, Juan Manuel Roca o José Manuel Arango, entre otros? ¿Por qué es tan nocivo y perturbador que se faciliten los medios para que la poesía salga de los cenáculos exclusivos y llegue a los oídos y a los corazones de todos aquellos que deseen gozarla?
Una poetisa no tuvo escrúpulos en afirmar que en el país «…abundan las revistas de poesía, las casas de poesía, los concursos, los premios, los encuentros de poetas». Bien se ve que esta escritora no ha traspasado las fronteras patrias, al menos mental y culturalmente. En Colombia no hay un sólo concurso de poesía importante, porque los que existen son escasos, parroquiales y muy pobres económicamente. Y revistas de poesía conozco sólo cuatro: Golpe de dados, esfuerzo personal, terco y solitario de Mario Rivero, Ulrika y Prometeo y la que publica estas íneas. ¿Será -pregunto- un ejemplo de abundancia?
De casas de poesía sé de dos: la Fernando Mejía, de Manizales y la Silva, de Bogotá. Es cierto que a diario llegan a esta última, solicitudes de todos los rincones de Colombia para que se apoye la creación de nuevas casas. Entendámonos: abunda el deseo de crear y de encontrar espacios para gozar de la poesía, pero la realidad no da para tanto optimismo. Por último, sobre la abundancia de los encuentros de poesía, cabe preguntar: ¿somos tan miserables que podemos sentirnos colmados hasta la saciedad misma porque hubo dos congresos importantes? Con cosas así sólo queda aceptar que tenemos el país que merecemos.
Y no faltó el gracioso que hablara de los «poetastros de la poetambre». El argumento: mucha poesía de la mala, muchos impostores. El articulista confesó que siente «una sensación de malestar al ver esa cantidad de actividades poéticas…». Y pide que, para salvar a nuestra sociedad -¡a nuestra sociedad!-, se imponga el propósito colectivo de acabar con «la marea de poetas silvestres». Conmovedora y ejemplar expresión del intelectual allá en las alturas, que defiende sus predios de la invasión de la «masa ignara» igual que el perro: orinando alrededor de su territorio.
Tal vez no sea más que una frivolidad de columnista sin tema, pero aún así no debe pasarse por alto. Por tanto aconsejo al periodista y novel novelista que mire un poco a su alrededor: de pronto se entera de que este país necesita propósitos colectivos de índole muy distinta. ¿O será que nuestra sociedad ha llegado a tal grado de perfección que tenemos que dedicarnos a hacer filigranas y a elaborar exóticos bizantinismos para construir un propósito colectivo, que añada más bienestar al bienestar reinante?
Le haría falta también sentarse por un día en mi mesa de trabajo en la Casa de Poesía Silva y recibir, como lo hago yo, a tantas personas que allí llegan con sus versos de nada, con sus poemas de nada, con su poesía «silvestre». Confirmaría que la poesía es, sí, el fruto de un trabajo dedicado y, por qué no, profesional, que a veces, muy pocas, produce obras interesantes, dignas de ser publicadas, premiadas y exaltadas. Pero también comprendería que a la poesía no puede reducírsela a eso, porque antes que nada es una actitud frente a la vida, actitud por cierto muy distinta a la que nos obliga esta sociedad finisecular, signada por el valor dinero, valor fuera del cual no hay reconocimiento ni se merece respeto; atrapada por la superficialidad, el éxito fácil y a cualquier precio, y seducida por todo lo que es light para el alma, el corazón y la cabeza.
Quiero decir: la poesía no es sólo el poema genial, el gran libro. Es, primero que todo, una dimensión inherente al ser humano, cuya expresión, goce, usufructo, uso y abuso, escapan si se quiere a los cánones del rigor crítico y a las exigencias de la estricta creación literaria. Siendo, como es, una de las poquísimas actividades que han quedado por fuera de la sociedad de consumo, la poesía sólo se justifica si sirve para comunicar. Aunque es posible que no haga falta buscarle ninguna utilidad, ni siquiera esa. De cualquier manera, todos esos «poetas silvestres» están en su derecho de utilizar lo que consideran poesía, como instrumento para comunicar sus deseos de vida, de justicia y de amor. Que lo hagan con ingenuidad y con ignorancia no da autoridad a nadie para erigirse en el dueño y señor de algo que es territorio de todos. No quiero hacer tremendismo, pero tampoco puedo pasar por alto lo que significa la poesía -buena o mala- en un país como el nuestro, como recurso para sobrevivir y para obtrener, cada quien según su leal saber y entender, una modestísima «ración de paraíso». Además, como preguntó con acierto un periodista y poeta: «¿por qué tanto malestar con una plaga tan inofensiva…?».
Que los espíritus exquisitos se rían, que se rían los críticos, los intelectuales esclarecidos y los columnistas en busca desesperada de propósitos colectivos. Pero que entiendan que la poesía no excluye a nadie, ya que es una dimensión esencial del alma. Y el alma existe.
Y para que continúen riendo -o rabiando, vaya a saberse- expreso en voz alta mis deseos de que haya pronto en Colombia una casa de poesía en todos los municipios, en cada barrio y vereda. Que haya también un congreso diario de poesía y toneladas de publicaciones, revistas y premios del género. Y que cada uno de nuestros 36 millones de compatriotas se vuelva poeta. Otro gallo nos cantaría.
 
MARÍA MERCEDES CARRANZA

POESÍA DE HOY

Cinco poemas de amor
1
Entre tu aliento
y yo,
el tiempo pospuesto.
Piel sobre piel
que condensa segundos
en años
Sobreviviendo temblores
envejecen
las sábanas por nosotros.
2
Más cerca tu carne que cerca
y más mía que
la mía:
en estos últimos centímetros
cuadrados de piel
sin luz
mi esclavitud
se libera
amando.
3
Fuera de mí
en ti
estoy completo
4
Las sombras
debajo de mis ojos
son tuyas.
Suéltame ya,
mi epidermis pecadora
te absuelve.
5
Cuando
tus adioses
dejan cicatrices
en mis manos,
es tiempo para
quedarse.

Rudolf Peyer
(Olten, Suiza, 1929)

De «Allá lejos»
CIII
Despertado de pronto en sueños lo oí tras la noche
«Oye Zurita -me dijo- toma a tu mujer y a tu
hijo y te largas de inmediato»
no macanees -le repuse- déjame dormir en paz,
soñaba con unas montañas que marchan…
«Olvida esas estupideces y apúrate -me urgió-
no vas a creer que tienes todo el tiempo del
mundo. El Duce se está acercando»
Escúchame -contesté- recuerda que hace mucho
ya que me tienes a la sombra, no intentarás
repetirme el cuento. Yo no soy José.
«Sigue la carretera y no discutas. Muy pronto
sabrás la verdad»
Esta bien -le repliqué casi llorando- ¿y dónde
podrá ella alumbrar tranquila?
Entonces, como si fuera la misma Cruz la que se
iluminase, El contestó:
«Lejos en esas perdidas cordilleras de Chile».

Raúl Zurita
(Santiago de Chile, 1950)

Jardín de sombras

Hombres aniquiladores de la rosa:
Cultivan flores en desgracia.
Tendidos, a punto de latir.
Remotos, invisibles.
Inocentes de tanta claridad.
Sus párpados blancos son la huella del mar,
prendida a los remos del naufragio.
Cualquier día llegará a galope
una mujer vestida de dolor.
Marchará delante, como luz,
como tiempo roto.
Curva y tensa,
arañará el ardor de las tinieblas.

Yirama Castaño
(Socorro, Colombia, 1964)