Indice
Editorial
Articulo
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De la editora: El país se desintegra, señores |
María Mercedes Carranza |
7
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César Vallejo Vallejo y las vanguardias Vallejo, poeta entre dos mundos |
Juan Manuel Roca Guillermo Alberto Arévalo |
15 27
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Encuentro de poetas «En los campos…» Para una biografía Lo que ve una mujer Origami para un día de lluvia Guerra avisada El neobarroco en Argentina |
Jaime Quezada Rigoberto Paredes Daniel Samoilovich Manuel Ulacia Osvaldo Sauma Daniel García Helder |
39 41 43 45 47 51
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Mario Rivero La máscara de la sabiduría «La he edificado…» |
Hernando Valencia Goelkel Mario Rivero |
61 66
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Poesía colombiana (1) Lo que miro en tus ojos Las cucarachas en la cabeza de Eduardo Escobar Cucarachas en la cabeza Eduardo Gómez: el nostálgico de la Edad de los Dioses Proximidad de las cosas Los caminos de Henry Luque Muñoz Z |
Carlos Martín Jotamario ArbeláezEduardo Escobar José Luis Díaz-GranadosEduardo Gómez Germán Espinosa Henry Luque Muñoz |
71 75 78 81 83 87 89
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Poesía y publicidad: dos lenguajes afines |
Alberto Casas Santamaría |
93
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Antonio Cisneros, su propia poesía – Una muchacha católica toca la flauta |
Oscar Torres Duque Antonio Cisneros |
99 101
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La revista Orígenes: Los hechizados de Orígenes Vida de Flora |
Efraín Rodríguez Santana Virgilio Piñera |
109 122
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Gabriel Zaid, la confabulación del zodíaco Despedida |
Mario Jursich Durán Gabriel Zaid |
129 131
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Walt Whitman y el retorno del paganismo Walt Whitman: creación de una nación |
William Ospina Oscar Collazos |
137 147
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Poesía colombiana (II) Giovanni Quessep: la errancia y la proximidad Cercanía de la muerte Diario de invierno de Jorge Ernesto Leiva «La calle estaba…» Dos libros. dos poetas colombianos Externos Mishima |
Alvaro Rodríguez torresGiovanni Quessep Germán Espinosa Jorge Ernesto Leiva Samuel Jaramillo Rafael del Castillo Antonio Correa |
163 165 167 170 173 177 180
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La obra literaria de Ciro Mendía |
Saúl Aguirre |
185
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Poesía indígena La familia Inga Mensaje del grupo Inkayú
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199 200
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Tomás Segovia Confesión |
Edmundo Perry Tomás Segovia |
207 211
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Eliseo Diego, confianza en la poesía Los libros deben ser como Pan Una ascensión en La Habana |
Jaime Galarza Sanclemente Santiago Mutis Eliseo Diego |
217 221 223
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Encuentro de niños poetas |
Triunfo Arciniegas |
229
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Donaciones a la Casa de Poesía Silva |
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235
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Adquisiciones de ediciones valiosas |
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236
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Apéndices |
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241
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REVISTA CASA SILVA # 6
EL PAÍS SE DESINTEGRA, SEÑORES
De la editora
«¿Qué tiempos son éstos / en que una conversación sobre árboles es casi un crimen / porque incluye un callar sobre tanto delito?». Razón tenía Bertolt Brecht cuando padeció esos versos. ¿Hablar de arte o de ecología en un país en guerra declarada, con tantos frentes de batalla como intereses corruptos y desestabilizadores se generan? ¿Hablar de ciencia o de poesía en un país cuya política económica avanza velozmente en contra de los principios básicos de justicia social, ahondando aún más las aberrantes desigualdades de clase? ¿Hablar de bibliotecas o de cultura popular en un país escindido por las más crudas violencias políticas, económicas, raciales y culturales y escindido también por la ausencia flagrante del Estado en sus territorios geográfico y social y por la debilidad de un gobierno, incapaz de proteger siquiera los derechos fundamentales, como el derecho mismo a la vida? ¿Hablar de investigación o de teatro en un país en el que la justicia ha hecho crisis por todos los flancos, hasta el punto de dar lugar a la proliferación sin control de los agentes de poder y de los mecanismos de dominación que actúan al margen de la ley?
Pues sí, paradójicamente, hoy más que nunca hay necesidades en el país, no sólo de hablar de arte, ciencia, bibliotecas, investigación, folclor, cine… sino de crear con urgencia los espacios culturales y económicos que propicien, en forma contundente y aún desconocida entre nosotros, esas actividades. Y no como un mecanismo de evasión, sino todo lo contrario.
Porque ocurre que los conflictos mencionados no son sino los síntomas visibles de algo mucho más complejo y preocupante: la evidencia de que el país se desintegra por la pérdida total de la ética social y de los principios de justicia y de solidaridad que presiden toda vida en comunidad. No estamos aludiendo a un proyecto político -que tampoco existe- el cual interprete e integre los diferentes intereses y fuerzas sociales del país. Hablamos de algo más esencial: de la ausencia de aquello que los sociólogos llaman «referentes simbólicos», o sea, los espacios comunes de identidad que le sirven de referencia a una sociedad para actuar y para entenderse. La ausencia de esos espacios ha llevado a Colombia a convertirse en lo que podríamos llamar un país light, es decir un país sin principios, en el que se favorece el más aberrante individualismo y en el que se ha instaurado una ética de la supervivencia y se ha arrasado con la cultura de la solidaridad.
Una crisis de semejantes dimensiones requiere, sin ninguna duda, de acciones distintas a la inflexible aplicación de las exigencias impuestas por la tecnocracia monetaria y de las políticas economicistas del desarrollo. Es necesario comenzar por reconstruir la conciencia colectiva, atomizada, escindida y desgarrada por las múltiples injusticias y violencias. Y para ello resulta fundamental entender que los cambios tecnológicos y sociales no son ajenos a los hábitos culturales, y que los procesos culturales -como lo anota el sociólogo Néstor García Canclini- «son espacios donde se construyen la unidad simbólica de cada nación y las diferencias entre las clases, donde cada sociedad organiza la continuidad y la ruptura entre su memoria y su presente». Y añade: «La cultura es además el territorio donde los grupos sociales se proyectan hacia el futuro, donde elaboran práctica e imaginariamente sus conflictos de identidad y realizan compensatoriamente sus deseos».1
Ese par de frases revelan con elocuencia la importancia de la vida cultural -en su más ancha concepción- en una sociedad que vive una crisis tan profunda como la nuestra. Necesitamos desarrollo tecnológico y economía fuerte, pero no queremos oír más esa aberrante frase triunfalista de burócratas, empresarios e industriales: «sí, el país va mal, pero la economía va bien», porque ese no es el camino para lograr la paz. A la paz se llega, además, mediante el consenso, la justicia social y la solidaridad. Mientras la clase dirigente colombiana no entienda ésto, el país seguirá abismo abajo.
Ahora bien, ignoramos cuál va a ser el futuro inmediato de la vida cultural, dentro del marco de la política neoliberal que el gobierno desarrolla a marchas forzadas. Sabemos por lo pronto que esa concepción lleva al Estado a reducir o a eliminar la inversión en las empresas que no son rentables, y la cultura en ninguna parte del mundo -y ésto está suficientemente comprobado- tiene capacidad para autofinanciarse. Y sabemos también que la iniciativa cultural en materia económica no resulta efectiva cuando se la deja en manos de la empresa privada: la experiencia en Francia y Estados Unidos así lo ha revelado y por ello esos países están hoy de regreso de las políticas neoliberales aplicadas a la cultura y el Estado ha retomado la responsabilidad de estimular, propiciar y atender las necesidades culturales de la sociedad. Si éso ha ocurrido en países en los que, por tradición, los sectores empresariales dedican recursos económicos a la cultura, imaginemos por un momento lo que pasaría en Colombia, cuyo sector privado, con pocas excepciones, no invierte en el desarrollo cultural, sino, y aquí también por tradición, en el deporte y en los espectáculos masivos de farándula.
Por todo lo anterior existe en estos momentos en el país una gran incertidumbre de parte de ese vasto territorio que tiene que ver con la creación, formación, divulgación, estudio, investigación, experimentación y goce de la cultura en sus múltiples y ricas manifestaciones, sobre la forma como van a incidir en él las nuevas políticas económicas de reducción del gasto público en inversión social. Si el esquema opera dentro de su rigurosa ortodoxia y se suma la ya endémica indiferencia con que el Estado colombiano trata los asuntos culturales, se habrá dado el tiro de gracia a uno de los pocos recursos que le quedan al país para articular sus contradicciones sociales y resolver los conflictos generados por su multiplicidad étnica y cultural y por las profundas desigualdades económicas.
1. Políticas culturales en América Latina. Néstor García Canclini, Grijalbo, México, D.F. 1987.
MARÍA MERCEDES CARRANZA
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POESÍA INDÍGENA
En laguna de cristal
Poema Quichua
En laguna de cristal voy a peinarme,
en laguna de cristal
yo, mujer fuerte,
mujer que camino
por dentro de las huabillas.
Yo me voy por donde quiero
… por el cerro de Huamaní.
A nada temo.
soy mujercita andariega,
caminaré libremente
por el cerro de Huamaní.
¡Qué mujer! ¡Cómo se peina
en laguna de cristal
Por dentro de las huabillas
camina libre y mujer.
Tinaja
Poema Cuna
Cuentan mis abuelos
que la tinaja tiene vida
que la tinaja representa
la resistencia de nuestro pueblo.
Tinaja e Ipelele
son la misma sangre,
por eso el Tule bebe
esa caña fermentada hasta la saciedad
porque beber
es
recordar el camino de los mayores
es embriagarnos con nuestra historia.
Muñeco de trapo
Poema de los Quichua Amazónicos
Brinca hacia acá, muñeco de trapo,
sal por allá muñeco,
muñeco de trapo.
Sal por allá, muñeco de trapo,
brinca por acá, niñito,
niño de trapo,
niña de trapo,
sal por acá muñeco.
Brinca por allá, niño de trapo.
La mamá de Fernando es de trapo,
el papá de Fernando es de trapo.
Salgan por acá, viejitos,
dicen los niños.
Brinca por acá, Tabalo,
Sal por allá, muñeco,
sal por acá, muñeco,
muñeco de trapo,
mamá de trapo,
papá de trapo,
sal por acá, muñeco,
sal por acá, Tabalo.
(Poema jocoso referido al juego que los nativos realizan con el Chaucha Huahua o muñeco de trapo que simboliza la fertilidad y se acostumbra a colocar en la cama entre los recién casados).