Revista #26

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REVISTA CASA SILVA No. 26:  ESTA REVISTA RECOGE UNA SELECCIÓN DE LAS CONFERENCIAS, LECTURAS DE POEMAS Y PRESENTACIONES DE LIBROS HECHAS EN EL AUDITORIO DE LA CASA DE POESÍA SILVA, DURANTE EL AÑO 2012
Editorial La Poesía de los Objetos, por Pedro Alejo Gómez Vila 7
Palabras del presidente de la República de Colombia, Juan Manuel Santos. 9
Palabras del primer ministro de Portugal, Pedro Passos Coelho. 12
Pessoa, Barba y sesenta y seis más, por Darío Jaramillo. 14
CONTRA BABEL Poesía y novela. Del cielo a la tierra, por Piedad Bonnett 24
Voz poética y novela, por Pablo Montoya 35
Amor en la tarde, por Luis Fernando Afanador 44
CONCURSO NACIONAL DE POESÍA La poesía de los objetos 54
JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD:Nuestro hombre en ultramar. Caballero Bonald y Colombia, por Ramón Cote 62
Relectura de Eduardo Cote Lamus, por José Manuel Caballero Bonald 65
Palabras de agradecimiento al homenaje de la Casa de Poesía Silva -Poemas 69
CIEN AÑOS DE RAFAEL POMBO Rafael Pombo para cantar con piano, por Carlos Barreiro Ortiz 82
AYER ES TODAVÍA Carlos Martín: del amor al epitafio, por Otto Morales Benítez /Poemas 95
El mundo intelectual de Rafael Maya, por Cristina Maya / Poemas 143
Pensamiento y poesía y José Manuel  Arango, por Luis Hernando Vargas 163
Henry Luque Muñoz, la pasión por la vida, por Sara González Hernandez 178
Recuerdo de Henry Luque Muñoz, por Augusto Pinilla/Poemas 182
Antonio Conte, su caballo de coral, por Luz Helena Cordero Villamizar/ Poemas 187
JUAN GUSTAVO COBO BORDA Lectura razonada de mi poesía, por Juan Gustavo Cobo Borda 207
LA POESÍA ESPAÑOLA DE HOY Poemas de Luis García Montero 222
Diálogo de Luis García Montero  y Jesús García Sánchez sobre la poesía española de hoy. 248
EDGAR LEE MASTERS ¡Al fin América ha descubierto un poeta!, por Hernán Vargascarreño 240
NUEVA POESÍA Frank Báez, por Darío Jaramillo Agudelo 259
Cinco poetas jóvenes abren sus páginas en el nuevo siglo, una mirada a las Raíces del viento, por Juan Carlos Acevedo Ramos 268
Poemas de Miyer Fernando Pineda y Álvaro Neil Franco Zambrano 285
DONACIÓN HOLLMANN MORALES 293
APÉNDICE Colaboradores, programación, publicaciones. 299

LA POESÍA DE LOS OBJETOS

La mirada lúcida y precisa sobre las cosas alumbra el mundo. Darwin señaló que no le hace tanto mal a la ciencia una teoría equivocada como una observación equivocada. Ello vale para la ciencia y para el arte. Decir con claridad los objetos, enseña a verlos. Tal vez sea cierto que las ideas son objetos distintos. Esa mirada lúcida y precisa sobre el mundo es la gran contribución de la poesía para los tiempos presentes y para los tiempos por venir.

PEDRO ALEJO GÓMEZ

RELECTURA DE EDUARDO COTE LAMUS

 

La relectura de los primeros libros de Eduardo Cote Lamus —Preparación para la muerte, Salvación del recuerdo, Los sueños— me ha devuelto una imagen emocionante del poeta. Esos libros están publicados entre 1950 y 1956, que son también los años de mi comparecencia inicial en el escenario de la poesía española. Y algo particularmente memorable: de esa misma época data la amistad fraterna que me unió con Eduardo Cote, solo interceptada por la muerte. Compartimos muchas cosas juntos en Madrid, en Frankfurt, en Mallorca, en Bogotá. Ya lo he contado por ahí en más de una ocasión. Siempre mantuvimos una especie de pacto tácito referido al intercambio juvenil de andanzas gustosas y afectos literarios. Que yo recuerde, nunca hablamos de eso, pero él me enseñó a recorrer los más atractivos paisajes de la poesía latinoamericana y yo, a mi vez, lo acompañé por algunos territorios selectos de la poesía española. También tuvieron algo que ver en todo eso otros colombianos con quienes conviví en Madrid o Bogotá: Jorge Gaitán Durán, Hernando Valencia Goelkel, Pedro Gómez Valderrama, Fernando Charry Lara, consecutivamente unidos todos ellos a la evocación fervorosa de Mito.

La poesía de Cote Lamus supone una permanente y apasionada reconstrucción de la experiencia vivida. La manoseada hipótesis de que una manera de ser se corresponde con un modo de escribir, tenía en Cote el valor de un taxativo código de señales. Siempre lo recuerdo tratando de trasvasar a un orden poético el censo abigarrado de sus experiencias, como si necesitara decantarlas, diseccionarlas para poder extraerles algún provecho literario. Su vida fue el intrincado argumento, la materia oscura con la que trabajó hasta lograr convertirla en confidencia salva-dora. Pienso que, en este sentido, el poeta fue un seleccionador de recuerdos, a través de los que intentó ir cimentando su particular noción del mundo. “…tengo recuerdos, la costumbre / de desgajar la vida”, dice en un hermoso poema de Los sueños. La operación de desgajar la vida, de hendirla con el fin de poder atisbar sus hondonadas, viene a ser efectivamente como una estrategia para prever esa “salvación del recuerdo” que se asocia a un metódico y reconcentrado programa vital.

La obra poética de Cote Lamus no es demasiado abundante. En su excelente prólogo a Estoraques, Hernando Valencia sacó la cuenta: ciento cincuenta poemas en quince años. No se trata por tanto de una producción copiosa, pero tampoco puede considerarse exigua. En cualquier caso, tiene mucho de profusas variaciones sobre un mismo tema, lo que también puede entenderse como unos modales introspectivos de perseverante resonancia en los cinco poemarios que Cote publicó en vida. De ahí la coherencia palmaria de toda su obra. Hay rasgos en los últimos poemas de Estoraques que ya se insinuaban en los primeros de Preparación para la muerte y que fueron propagándose por los libros intermedios. Esa coherencia no obedece solo a una predisposición estrictamente creadora sino a la consecuencia de una norma general de conducta. Quiero decir que Cote eligió la poesía como el más idóneo sistema de aproximación a la realidad para interpretarla, para emitir sus propios veredictos sobre esa realidad, o sobre esos enigmas que para entendernos llamamos realidad. Me consta que vivió con exaltado apremio su vocación poética, su capacidad indagatoria en la “vida cotidiana”, incluso en los momentos en que la actividad política vaticinaba alguna efímera dispersión. Y eso se nota a poco que el lector se familiarice con su poesía.

Cote usa con llamativa asiduidad un procedimiento poético no muy distante del narrativo. Aunque los aparejos léxicos y sintácticos respondan a una neta instrumentación poética, hay como una normativa argumental que tal vez se identifique con el carácter discursivo del relato. Es más bien una impresión fortuita que queda atenuada por el propio despliegue metafórico y la calidad de interiorización expresiva de los textos. Rara vez se produce esa confluencia genérica con tan reiterada lucidez como en el caso de Cote. En “Alguien habla en el silencio” —un poema de La vida cotidiana— el autor declara expresamente: “Ahora cuento un cuento.” Y en efecto, así lo hace: cuenta un brevísimo y misterioso cuento de seis líneas, una especie de fragmento narrativo-poético dispuesto tipográficamente como si fuese prosa.

Hasta cuando el poeta escribe su Diario del Alto San Juan y del Atrato (conservo la separata del número de Mito donde se publicó en 1959) hay como una constante filtración de imágenes sensibles, de quiebros textuales que remiten a un delicado lirismo descriptivo. Recuérdese que ese “diario” se refiere al viaje de una comisión de la Cámara de Representantes por tierras chocoanas y que quizá tuviese el sentido de una visión literaria adosada al simple informe político, pues los vínculos poéticos son manifiestos. Cuando Cote habla, por ejemplo, del Atrato y establece una correlación de fuerzas entre ese río y los grandes ríos de su memoria, lo hace sin duda con las herramientas léxicas del poeta. Lo mismo podría argüirse cuando el viajero se refiere al habla popular del Chocó o cuando le cuenta a A. en una carta exquisita lo que está viviendo. Con frecuencia la prosa se estiliza, se enaltece, alcanza un operativo equilibrio, se entrevera de crónica y de poesía. ¿No es eso lo que le ocurre también a todo gran narrador?

El autor de La vida cotidiana no ha necesitado apelar a recursos irracionalistas o abstractos para dotar a su poesía de alguna aislada dosis de hermetismo. O acaso sería mejor hablar de inclinación al secreto. A un secreto que parece provenir de un excesivo ensimismamiento, de esa laboriosa tarea de canalizar poéticamente un opulento caudal de experiencias. Algo pasa, algo puede pasar, algo está oculto en cada palabra aguardando salir a la luz. Pero es posible que el sentido de ese secreto no dependa tanto de las palabras como de la pretensión de que esas palabras representen algo más de lo que significan en los diccionarios. Se trata de una ley no escrita de toda poética que se precie. Y Cote es a este respecto un sabio y eficiente explorador: actúa en todo momento como quien plantea secretamente esa consabida búsqueda de equivalencias entre la experiencia vivida y su soporte verbal. El deber del canto —afirma en un poema de La vida cotidiana— no es contar

—cantar— el árbol, “sino la imagen que se lleva el río”.

Mi experiencia de lector de Cote Lamus ha obedecido a pautas singulares. Detrás de cada poema evocaba a su autor, revivía con él peripecias y lecciones compartidas. No siempre con la misma nitidez ni la misma verosimilitud, pero sí con idéntica acumulación de indicios retrospectivos. Por ahí andaban trasmutados en poesía los amores, viajes, memorias, aventuras, nocturnidades del autor. En cierto decisivo modo, el reconocimiento de esa poesía ha ido reactivándome la sensación de que no solo comparecía en ella una asignatura vital sino una enseñanza histórica. Porque la forma en que Cote sondeaba en su intimidad coincidía con su papel de intérprete de la vida, es decir, de la historia de su tiempo. Y ya se sabe que la eficacia de un poema también depende de su virtud de trasparentar el momento histórico en que se produce.

Sin duda que en Cote se ejemplifica esa tradición poética colombiana que arranca de Silva —al que el poeta dedica un bello poema en La vida cotidiana—, pasa por León de Greiff y Aurelio Arturo, llega a Gaitán Durán y Álvaro Mutis, y se prolonga en Ramón, hijo de Eduardo. Con ese bagaje, Cote Lamus tenía que terminar siendo lo que hoy es: un poeta singular y autosuficiente, constructor de una palabra poderosa que continuará sobreviviéndolo. Él mismo lo alumbró en Los sueños:

El tiempo, eso que llaman día tras

día, y la vida, que es el mismo tiempo

esclarecido por los sueños, vienen

y me cercan en todos los sentidos.

JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD