Editorial | ContraBabel, la poesía en las artes, las ciencias y los oficios, Pedro Alejo Gómez. | 7 |
ContraBabel: la poesía en las artes, las ciencias y los oficios. | La Arquitectura, poesía sólida. Homenaje al poeta Rogelio Salmona. Palabras de Rogelio Salmona. | 10 |
Poéticas de la arquitectura, por Claudia Antonia Arcila | 11 | |
Cuerpo, arquitectura, poesía y mundo, por Carlos Naranjo | 15 | |
La poesía, la enfermedad, el dolor, por Juan Gustavo Cobo Borda | 22 | |
El arte del buen morir-la poesía y la tanatología-, por Orlando Mejía Rivera. | 45 | |
De la botánica en el discurso poético, por Jorge Cadavid | 65 | |
Los poetas lo dijeron primero: la poesía y el psicoanálisis, por Esther Fleisacher | 76 | |
Donde el cine soñaba la vida: la poesía en el cine, por Hugo Chaparro Valderrama | 83 | |
Concurso Nacional ContraBabel: la poesía en los oficios. | Poemas sobre los oficios, por Juan Manuel Roca y Ramón Cote Baraibar | 92 |
Poemas premiados | ||
La Poesía En la Música En La Poesía | La poesía en el bolero, por Juan Manuel Roca | 112 |
La poesía en el tango, por Jaime Andrés Monsalve | 123 | |
La poesía en el jazz, por Juan Carlos Garay | 144 | |
La poesía en la música de los litorales, por Alberto Salcedo Ramos | 165 | |
Poetas en la música: la vida profunda, por Alberto Rodríguez Tosca | 165 | |
Del romancero al corrido mexicano, por Guillermo Angulo | 176 | |
Lecturas de Poemas | GONZALO ROJAS, LECTURA ANTOLÓGICA Viaje a Gonzalo Rojas, por Pedro Alejo Gómez V. Breves notas sobre Gonzalo Rojas, por Andrés Hoyos Poemas Gonzalo Rojas |
199 |
DOS POETAS SUECOS Dos poetas suecos en Colombia, por Víctor Rojas Poemas de Bengt Berg Poema de Gunnar Svensson |
213 | |
LECTURA ANTOLÓGICA DE SILVIA EUGENIA CASTILLERO Como quien juega con las formas cambiantes de un caleidoscopio, por Celedonio Orjuela Poemas de Silvia Eugenia Castillero |
220 | |
PABLO ARMANDO FERNANDEZ, LECTURA ANTOLÓGICA Pablo Amando Fernández, poeta de las estrellas, Por Maruja Vieira Poemas de Pablo Armando Fernández |
224 | |
POESÍA SUIZA Poemas de Christian Uetz |
230 | |
Homenaje | LA POESÍA DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ Homenaje en sus 80 años, Por José Luis Díaz Granados |
234 |
ANTOLOGÍAS DE POESÍA COLOMBIANA EN LA BALANZA Antología de opiniones críticas sobre las antologías de poesía en Colombia, Por Robinson Quintero Ossa Mesa redonda: Omar Ortiz, Santiago Mutis y Ramón Cote Baraibar-Modera Juan Manuel Roca- |
244 | |
XV Festival Internacional de Poesía de Bogotá | Homenaje a Juan Gustavo Cobo Borda- Poemas | 264 |
Poemas de Carlos Bordini (Italia), Vince Fasciani (Suiza), Guadalupe Grande (España), Fernando de Villena (España), Rigoberto Paredes (Honduras), Margarita Cuéllar (México) | ||
Presentaciones de Libros | METAMORFÓSIS DEL JARDÍN, ANTOLOGÍA DE GIOVANNI QUESSEP Metamorfosis del jardín, por Elkin Restrepo Las hojas de la Sibila, por Giovanni Quessep |
278 |
LA LIBRERÍA AMBULANTE La Librería Ambulante: la suerte del solitario, incompleto e inútil. Por Edgar Melo De Sonetos Que Suenan Solos, de Edmundo Perry De la balanza encantada, Felipe Agudelo Tenorio De Vara de buscar agua y nuevos retratos, de Gonzalo Mallarino Flórez |
283 | |
COLOMBIA EN EL ESPEJO DE MÉXICO Homenaje a la revista de poesía Alforja, en sus 10 años Alforja de poetas colombianos, por José Ángel Leyva Poemas de Tres Libros de Jaime Jaramillo Escobar, Las hipótesis de Nadie, de Juan Manuel Roca y Paños menores de Jotamario Arbeláez |
290 | |
CONTRACORRIENTE Debajo de la lupa, por Roberto Burgos Cantor Las “Gotas Amargas” de Silva, síntoma de un mal del siglo, por Guillermo Alberto Arévalo |
305 | |
DOS LIBROS DE POESÍA El buen oficio de labrar versos para la memoria, por Juan Felipe Robledo Poemas de El Oro, el marfil y el mar de vino, de Jesús Gaviria La rotundidad de una mirada amorosa, por Juan Felipe Robledo Poemas de Como otro animal cualquiera, de Fernando Herrera Gómez |
329 | |
Homenaje a Daniel Arango | LA CIUDAD DE IS En la muerte de Daniel Arango, por Álvaro Castaño Castillo En la ciudad de Is, por Juan Manuel Roca |
341 |
Apéndice | Colaboradores, Programación, Publicaciones | 346 |
Babel perdura, sólo que bajo renovadas formas de soledad.
Una progresiva especialización en las diversas artes, ciencias y oficios ha sectorizado y aislado —peligrosamente— entre sí sus dominios.
Las artes y las ciencias avanzan por caminos separados. Sus lenguajes, cada vez más, se han convertido en patrimonio de iniciados.
Esos lenguajes ensimismados y desarticulados de cualquier otro aspecto de la vida de la sociedad avanzan en el perfeccionamiento de sus propias lógicas. Así, para unos la poesía y el arte son ininteligibles y para otros la evolución de la ciencia es arcana, salvo para quienes se dedican exclusivamente a su estudio. La distancia entre sus lenguajes es aún mayor que la que separa los idiomas.
Las posibilidades del diálogo entre la poesía y la ciencia son impredecibles y esperanzadoras. El diálogo entre la poesía y los oficios permite vislumbrar una perspectiva humanizante. Las artes deben renovarse entre sí.
Es indispensable abrir horizontes que permitan un diálogo creador capaz de dar nuevos rumbos a la sociedad y que propicien su articulación.
Asomada a la poesía y al arte, la ciencia debe adquirir un lenguaje capaz de comunicar sin claves y reflexionar sobre el futuro desde una perspectiva humana. A su vez, la poesía asomada a la ciencia y los oficios debe reflexionar sobre los fundamentos en que se ha edificado el mundo contemporáneo. Eso se propuso ContraBabel. Lo otro es la ciencia deshumanizada y un arte ignorante.
“Más daño le hace a la ciencia una observación equivocada que una teoría equivocada”, afirmó Darwin. Ello es imperecederamente cierto. Sólo que ni la poesía ni el arte están exentos de esa advertencia.
PEDRO ALEJO GÓMEZ
BREVES NOTAS SOBRE GONZALO ROJAS
Supongo que podría salvar mi situación con un cliché y decir que Gonzalo Rojas no necesita presentación, pero no es de buen recibo asomarse a una mesa como ésta para declarar de entrada la propia inutilidad, de modo que haré una presentación muy escueta de nuestro ilustre invitado de hoy.
Algo me dice que Gonzalo Rojas solucionó su vida haciéndose poeta. De no ser poeta, ¿qué habría sido? La pregunta no es fácil e ignoro si Gonzalo la respondió alguna vez; de todos modos no lo imagino de novelista, ni de periodista, ni de dramaturgo. ¿Ensayista? La voz poética de Gonzalo Rojas es demasiado fuerte incluso para eso, así hayan salido de su mano numerosos textos en prosa.
Lo incuestionable de su vocación quizás significa que pese a que el desarrollo de Gonzalo fue lento y tardío, —o tratante, si me permiten recurrir a un neologismo de esos que tanto le gustan al poeta—, también fue seguro, pues Gonzalo llevaba desde el origen la marca de la bestia, el sino apocalíptico de los poetas volcánicos. Otro elemento que se debe destacar es que un día, por ahí a la edad de 75 años, la fama atropelló a Gonzalo. ¿Reconocimientos tardíos como éste son buenos o son malos? Dejo el problema a consideración de la estimable audiencia.
Gonzalo no es, en todo caso, un poeta intelectual, y uno, por ejemplo, no le oye mencionar, por ejemplo, a T. S. Eliot. Gracias sean dadas a los dioses porque en el mundo de la poesía existe espacio para multitud de gustos y vocaciones, aclarando que Eliot se encuentra entre mis poetas de cabecera.
Es posible identificar al menos tres vertientes en la obra de Gonzalo Rojas.
La primera es la que lo hace un poeta de los poetas, un poeta con antepasados, un poeta con cenáculo, un poeta con hermandad, un poeta con pléyade, con cuadrilla, con cómplices, y pido perdón por derivar hacia los sustantivos del hampa, pero no me cabe duda de que entre los poetas de distintas épocas se suelen establecer vínculos secretos, no siempre confesables o confesados.
Partiendo de una influencia crucial vivida por Gonzalo en sus épocas escolares de la mano de un cura experto en lenguas muertas, el poeta de hoy echó raíces en los griegos y, con todavía más fuerza, en los latinos. Por eso Cátulo, Ovidio y Píndaro son convidados habituales a sus fiestas poéticas y a sus conversaciones. Más adelante nuestro poeta vivió en Oriente e invitó a los poetas orientales a la hermandad; luego, ignoro cuándo, tuvo a bien incorporar a los sufíes en otra torcedura del camino. Lo guiaba por lo visto una mirada curiosa, cáustica y bien personal.
Como buen americano cosmopolita, Gonzalo saltó de los clásicos y de los exóticos adonde le dio su reverenda gana, estableciendo con caridad que si algo su poesía no es, es provinciana. Cualquier lista arbitraria de invitados posteriores confirma mi aserto. Ayer, mientras preparaba esta nota, me entretuve ordenando los amigos poetas de Gonzalo tras pescarlos a la ligera. ¡Qué cosa, los pobres poetas como siempre víctimas de sus lectores! Enumero por orden alfabético del apellido (real o asumido): Apollinaire, Baudelarie, Blake, Bretón, Celan, Darío, Teresa de Ávila, Hölderlin, Lautréamont, Paz, Pound, Quevedo, Rimbaud, Tzara, Vallejo, Yepes, o sea San Juan de la Cruz, y Zung-Guó. A este último no lo conozco y espero, por el bien de mi prestigio, que sí sea un poeta chino, como parece por el nombre.
Aunque la lista es muy personal y tiene ausencias notables —nunca le he oído mencionar, digamos, a Lope de Vega o a Antonio Machado—, es una con la que cualquier lector de poesía no provinciano difícilmente podría pelear. La lista incluye, además, a varios poetas chilenos, entre quienes Gonzalo nunca privilegió a Neruda. Prefirió al otro Pablo, Pablo de Rokha, y quizás por encima de todos a Vicente Huidobro y a Gabriela Mistral, los dos influencias referenciadas y vitales, menos que poéticas, de Gonzalo.
Los invitados extra poéticos en su obra son más escasos, y esto me reafirma en que las fuerzas que gravitan sobre ella son ante todo las del vaticinio. Aún así uno se encuentra con Bataille, Cortázar, Lenon, Buñuel, Joan Crowford —y me perdonará el poeta pero creo que doña Joan fue una señora bastante espeluznante en su día—, Cyril Connolly, Rulfo, Delfina Guzmán, Chagall, y sobre todo, Sebastián Matta, el gran pintor y el gran amigo de Gonzalo, muerto hace poco.
La segunda vertiente en la obra de nuestro invitado de honor es sin duda la dedicada a las mujeres y al amor que éstas impredecibles y volátiles criaturas han suscitado en él. Tan fuerte es su vocación amorosa, que uno está seguro de no errar si lo declaro un romántico por partida doble, un redomado amante de las mujeres, como aquel personaje memorable de la película de Truffaut. Claro, no hay ni rastro en el poeta del así llamado amor platónico, para usar la manida frasecita: Gonzalo no concibe el amor de una manera que no sea sensual y erótica. Me imagino que Cupido alguna vez se le atravesó en sueños y le dijo: “Gonzalo, hijo mío, gástate por la flecha”. Y Gonzalo obedeció. Luego escribió poderosísimos poemas al respecto.
La tercera vertiente en la poesía de Gonzalo es la que lo lleva a tener una visión en algo fatalista —a veces optimista, a veces pesimista, y en todo caso escéptica— de las relaciones que los seres humanos establecemos los unos con los otros, así como del incierto futuro que espera a nuestra ajetreada especie. En un poema que a mí me gusta mucho, “Carta a Huidobro”, Gonzalo expresa su poca confianza en este nuevo siglo. Por algo lo dirá.
Y ahora, a lo que vinimos: a oír al poeta.
ANDRÉS HOYOS
LECTURA DE POEMAS DE GONZALO ROJAS:
“LO ÚNICO QUE HE HECHO ES SILABEAR EL MUNDO”
Me alegra mucho estar aquí, en donde estuve, si no siempre, casi siempre. Oyendo al mundo, oyendo a América, oyéndolos a ustedes. ¿Qué les digo? Borges decía que no había sido feliz. Yo estoy feliz. Aprendices como somos los poetas, aprendices y nada más, ¿qué hacer? Pienso que, sobre todo a la luz de las palabras de Andrés Hoyos, le dedicáremos esta sesión al eterno femenino. De ahí salimos, de ella salimos, con ella vamos por este planeta que dice que se quema; cosa divertida. Como si no se hubiera quemado siempre este mísero planeta.
Empecemos leyendo, así, al azar: “Celular 09211900”.
Una cosa le pido, sea todo lo cruel
pero no me diga: cuídese,
el gesto es feo, en una despiadada como usted
ese gesto es feo, se nota el cuchillo
en lo taimado del teléfono.
Además
de qué voy a cuidarme sino de usted,
arrivederla, corto.
De repente escribo extenso, largo, aunque sé de sobra que la poesía es la más alta concentración expresiva y que uno tal vez debiera, sobre todo ya en el plazo mío, entrar en el callamiento. Hay textos extensos, semi-respirados o mayormente respirados, y hay otros muy parcamente respirados. A esos los quiero más. Cuando era muchacho, escribí un poema de dos líneas.
Que los que saben sepan lo que puedan saber.
Y los que estén dormidos, sigan aún durmiendo.
Adoro las sílabas. Ustedes querrán los párrafos mayores, las vocales a lo Rimbaud; yo adoro las sílabas. Lo único que he hecho en este plazo ya tan largo es silabear el mundo. Esto quiere decir, irlo silabeando, con la dificultad que tuve siempre, tartamúdica dificultad y asmática dificultad, que todavía perdura en mí. “Las sílabas” se llama el siguiente texto:
Y cuando escribas no mires lo que escribas, piensa en el sol
que arde y no ve y lame el Mundo con un agua
de zafiro para que el ser
sea y durmamos en el asombro
sin el cual no hay tabla donde fluir, no hay pensamiento
ni encantamiento de muchachas
frescas desde la antigüedad de las orquídeas de donde
vinieron las sílabas que saben más que la música, más, mucho
más que el parto.
Leamos otro texto breve, escogido al azar de este librito que lleva el nombre genérico de “Las sílabas”.
En primer lugar, no pongan flores encima,
pongan aire, aire fresco
haber si esa transparencia ayuda al ocioso que ya no duerme ahí,
y sin embargo duerme, vestido con ese traje
que en tres meses más será pura desnudez,
puro caballo sin hueso corriendo en ninguna dirección,
y además no lloren,
qué sacan con llorar, con ser, qué sacan.
El resurrecto es otra cosa, y ahí va remando, despacito.
Soy erótico, con una eroticidad excesiva, como si no hubiera esa eroticidad en el aire; pero soy un erótico vuelto hacia la sacralidad. El amor, para mí, ese Eros precioso, se me da en esa doble vivacidad, la de lo sacro y la de la piel. No son ni muchos menos próximos a lo pornográfico.
¿Qué leemos? Bueno, ustedes se acuerdan de esa poesía mala que anda por ahí que dice:
¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas,
sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?
¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de eternidad visible?
Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.
Cada uno de ustedes puede pedir un texto. Yo no me ofendo en nada si me interrumpen y me dicen, señor, ¡cambie esas tonterías que dice y léase otras tonterías mejores! Este texto que a este señor tanto le gusta, a mí no tanto, es pasable, lo escribí en la Antártica. Yo fui a parar ahí hace años porque alguien me invitó. Había que fundar una escuela pública para niños. Yo la fundé en los hielos eternos, allá abajo. Ahí, oyendo, intraoyendo al silencio portentoso de los hielos, se me dio esta visión, y le dediqué estos versos a Huidobro. Y estos mismísimos versos fueron aquellos con los cuales terminé mi discurso hace dos años cuando el rey me dio el premio Cervantes. Huidobro es un poeta pasable, aunque a ustedes les guste, y a mí también. Era un buen poeta chileno, pituco, decimos allá abajo en suramérica sur, señorito, hasta con un anillo de marqués. Para la risa, pobrecito. Y sin embargo, era un gran escritor, un tipo de oro que sembró la libertad en la cabeza de nosotros, los mozos de esos días. Qué gran poeta es Huidobro, y eso no va en detrimento de los dos o tres poetas pasables que tiene Chile.
CARTA A HUIDOBRO
Poca confianza en el XXI, en todo caso algo pasará,
morirán otra vez los hombres, nacerá alguno
del que nadie sabe, otra física
en materia de soltura hará más próxima la imantación de la Tierra
de suerte que el ojo ganará en prodigio y el viaje mismo será vuelo
mental, no habrá estaciones, con sólo abrir
la llave del verano por ejemplo nos bañaremos
en el sol, las muchachas
perdurarán bellísimas esos nueve meses por obra y gracia
de las galaxias y otros nueve
por añadidura después del parto merced
al crecimiento de los alerces de antes del Mundo, así
las mareas estremecidas bailará airosas otro
plazo, otro ritmo sanguíneo más fresco, lo que por contradanza hará
que el hombre entre en su humus de una vez y sea
más humilde, más
terrestre.
Ah, y otra cosa sin vaticinio, poco a poco envejecerán
las máquinas de la Realidad, no habrá drogas
ni películas míseras ni periódicos arcaicos ni
—disipación y estruendo— mercaderes del aplauso ignominioso, todo
eso
envejecerá en la apuesta
de la creación, el ojo
volverá a ser ojo, el tacto
tacto, la nariz éter
de Eternidad en el descubrimiento incesante, el fornicio
nos hará libres, no
pensaremos en inglés como dijo Darío, leeremos
otra vez a los griegos, volverá a hablarse etrusco
en todas las playas del Mundo, a la altura de la cuarta
década se unirán los continentes
de modo que entrará en nosotros la Antártica con toda su fascinación
de mariposa de turquesa, siete trenes
pasarán bajo ella en múltiples direcciones a una velocidad desconocida.
Hasta donde alcanzamos a ver Jesucristo no vendrá
en la fecha, pájaros
de aluminio invisible reemplazarán a los aviones, ya al cierre
del XXI prevalecerá lo instantáneo, no seremos
testigos de la mudanza, dormiremos
progenitores en el polvo con nuestras madres
que nos hicieron mortales, desde allí
celebraremos el proyecto de durar, parar el sol,
ser —como los divinos— de repente.
Me solicitan “Perdí mi juventud”. Yo tengo 20 años en estos días. Ni cuento el cuento, pero es gracioso. Había una calle, siempre hay una calle, San Pablo se llamaba la calle. Había un mercado, siempre hay un mercado. Y frente a ese mercado y sobre esa misma calle, diferente a ese mercado que digo, había un negocio carnal brutal, portentosal, preciosal, de muchachas de este mundo. Entonces yo subí tanteando las paredes a los veinte; no las paredes, unas escalas de mármol, bronce y mármol, subí en busca de una de las que había visto bailar. Preciosa muchacha entre todas las hermosas de allí; pero estaba acostada, estaba vuelta hacia arriba, y había diez que la velaban. Entonces escribí este texto.
PERDÍ MI JUVENTUD
Perdí mi juventud en los burdeles
pero no te he perdido
ni un instante, mi bestia,
máquina del placer, mi pobre novia
reventada en el baile.
Me acostaba contigo,
mordía tus pezones furibundo,
me ahogaba en tu perfume cada noche,
y al alba te miraba
dormida en la marea de la alcoba,
dura como una roca en la tormenta.
Pasábamos por ti como las olas
todos los que te amábamos. Dormíamos
con tu cuerpo sagrado.
Salimos de ti paridos nuevamente
por el placer, al mundo.
Perdí mi juventud en los burdeles,
pero daría mi alma
por besarte a la luz de los espejos
de aquel salón, sepulcro de la carne,
el cigarro y el vino.
Allí, bella entre todas,
reinabas para mí sobre las nubes
de la miseria.
A torrentes tus ojos despedían
rayos verdes y azules. A torrentes
tu corazón salía hasta tus labios,
latía largamente por tu cuerpo,
por tus piernas hermosas
y goteaba en el pozo de tu boca profunda.
Después de la taberna,
a tientas por la escala,
maldiciendo la luz del nuevo día,
demonio a los veinte años,
entré al salón esa mañana negra.
Y se me heló la sangre de verte muda,
rodeada por las otras,
mudos los instrumentos y las sillas,
y la alfombra de felpa, y los espejos
que copiaban en vano tu hermosura.
Un coro de rameras te velaba
de rodillas, oh hermosa
llama de mi placer, y hasta diez velas
honraban con su llanto el sacrificio,
y allí donde bailaste
desnuda para mí, todo era olor
a muerte.
No he podido saciarme nunca en nadie,
porque yo iba subiendo, devorado
por el deseo oscuro de tu cuerpo
cuando te hallé acostada boca arriba,
y me dejaste frío en lo caliente,
y te perdí, y no pude
nacer de ti otra vez, y ya no pude
sino bajar terriblemente solo
a buscar mi cabeza por el mundo.
De repente los poemas escritos a los veinte años tienen mayor frescor; desafío también tienen, más que los del día, aunque éstos, entiendan bien, son desafiantes. El público quiere que insista en esta vertiente del eros. Soy un místico concupiscente, al igual que ustedes. Leeré “El fornicio”, no pensando necesariamente en el Arcipreste, que algo sabría.
Te besara en la punta de las pestañas y en los pezones, te turbulentamente te besara,
mi vergonzosa, en esos muslos
de individua blanca, tocara esos pies
para otro vuelo más aire que ese aire
felino de tu fragancia, te dijera española
mía, francesa mía, inglesa, ragazza,
nórdica boreal, espuma
de la diáspora del Génesis, ¿qué más
te dijera por dentro?
¿griega,
mi egipcia, romana
por el mármol?
¿fenicia,
cartaginesa, o loca, locamente andaluza
en el arco de morir
con todos los pétalos abiertos,
tensa
la cítara de Dios, en la danza
del fornicio?
Te oyera aullar,
te fuera mordiendo hasta las últimas
amapolas, mi posesa, te todavía
enloqueciera allí, en el frescor
ciego, te nadara
en la inmensidad
insaciable de la lascivia,
riera
frenético el frenesí con tus dientes, me
arrebatara el opio de tu piel hasta lo ebúrneo
de otra pureza, oyera cantar a las esferas
estallantes como Pitágoras,
te lamiera,
te olfateara como el león
a su leona,
parara el sol,
fálicamente mía,
¡te amara!
Tuve una fascinación temprana por una muchacha, que llegó a ser la madre del primero de mis hijos, a quien saludo desde aquí desde lejos, desde Bogotá hermosa; y claro, saludo también a su madre que es esa de la que aquí se habla, y que hoy día duerme, o ya no duerme, o transduerme, en ese cofre que han inventado para guardar la miseria. En España se me ocurrió escribir este texto, “El cofre”.
Muerta mi muerta, aclárese todo, admítase
e infórmese que María
Mc kenzie no está ahí en ese cofre
de ceniza, ni en Glasgow
ni en Alicántara mortuoria,que su hermosura
sigue siendo mi adicción, que todavía
y qué importa el Mundo nos reímos del Mundo
fuertes y felices, que va a estallar el Mundo,
que lo que va a estallar es el Mundo,
y ella en cambio tiene 20, su corazón
tiene 20, su pelo
precioso, su frescor, su aroma
flexible de muchacha blanca, sus rodillas,
esa piel que no habrá, fuera claro
de las noches portentosas hasta las últimas
estrellas en el oleaje pétreo, Atacama
adentro, allá por el 42 de
la Guerra Grande incluyendo la preñez,
el misterio de su preñez,
por lo que se entenderá que esta María
Mc kenzie mía está intacta
y anda por aquí, siempre anduvo,
durmió conmigo en mi seso
de loco, lo del cuchillo
no fue para tanto, perdimos
y sangramos pero ¿cuándo no se pierde?, además
hilamos y deshilamos el mismísimo hilo
libérrimo de la juventud en ese libro ronco, María
urdió la urdimbre, lo demás lo hizo el viento,
el viento, el viento, ¡La miseria
del Hombre, impresa
en papel estraza en la edición
más fea que se haya visto, el viento, Cerro
Alegre arriba, el
viento, uno
escribe en el viento, no
sabe lo que escribe,
ocioso y ciego, dice tiempo, pero
no hay tiempo, la ecuación es otra:
tiempo igual miedo, lo que uno escribe es
miedo, trizadura y
conjetura, de ahí
que no hay nadie ahí,ni
María Mc kenzie ni nadie en ese cofre, salvo
las 10.000 abejas que zumban en el sosiego
de la Eternidad, ella
misma fue sosiego.
Visto lo cual, a la lengua habrá que hacerla hablar
y para qué decir callar, sólo así
hablará de veras, el ojo
más que mirar verá, sólo así será ojo; igual
la nariz que ha de irse haciendo aire, me consta
que María es
aire,
de otro modo cómo voy a respirar, qué hago, cómo
lo hago sin ella, a cuál
oxígeno me encomiendo, a cuál
mariposa sideral, la nostalgia venenosa
no es mi fuerte, mi fuerte es el resuello, María
sigue siendo mi resuello, tajo
es tajo.
Visto lo cual, —qué será visto lo cual—, ¿ocio?,
¿penitencia? Octavio hablaba de risa
y penitencia, léase
asco, este Mundo es un asco, octubre
y todos sus octubres es un asco, María y yo reíamos
hasta el amanecer del viejo
parte oficial del casorio, fumaba humo; no,
no fue la nicotina la que la mató ni
las otras serpientes, ni
el dragón insaciable de la transfusión; más
corto: lo clínico
es el Mundo, lo pavorosamente Mundo.
Mucha criatura fémina y qué le hago, si me muero por ellas. Leamos “Acorde clásico”, un poema escogido al azar de este libro, “Concierto”, que contiene la mayor parte de mi obra, impreso por El Círculo de Lectores de Galaxia Gutenberg, en Barcelona. Al cierre, a modo de epifonema hay esta prosita pobre:
Nunca fui del villorrio, ni para qué decir del vecindario. Nací tierra, comí tierra, pensé tierra, escribí tierra y más tierra, y soy hijo de tierra, me acostaré así mismo tierra, y eso será muy pronto, de repente, mismísimo este libro es pura tierra.
No sé si alguien desea escuchar alguno otro texto que tengo en esta papelería infinita, encima de esta mesa.
Hay que apostar y jugar también. Esto es un juego, un juego grave, como decía Heidegger; pero un juego, claro. Un juego difícil, oscuro, no es tan fácil. No creo para nada en la poesía que llaman directa; no señores, la naturaleza de la poesía es otra, sin ser ciega. Es oscura, es secreta. Para cerrar, leeré “E-mail para violín”.
Ves que vengo, ves que lloro de ti.
Otras veces me alimento de tus pestañas
y entro en tu luz.
Se es hombremente hombre en la medida de enloquecer
los animales.
Todos los animales que es uno, especialmente uno
que es su cuerpo.
Así las cosas, me hago vidrio hasta más allá de la transparencia.
Ahí mismo te trizo, empiezo para verte por
lo raquídeo de tu esbeltez, sigo por lo alto
desde la nuca de tus pelos hasta la humedad.
Ahí duermo.
Entonces beso tus pies de animala trémula.
Van 15 versos, ¿qué hago con estos 15 versos?
¿Los guardo para después?
¿Los tiro al aire contra las estrellas?
Pienso y pienso, Dios no da para más; el juego de él
no da para más.
E-mail, e-mail de viejo, ala libérrima, escríbeme esta noche
a las tres de nunca, pasadas las aguas
de la era de los muertos.
Llámame para confirmar lo diáfano del teclado.
Ves que vengo, ves que lloro de ti.