Revista #14

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Indice

Editorial

Articulo

REVISTA CASA SILVA No. 14:
El Amor y la Palabra Antonio Cisneros 7
Jorge Edwards 8
Alberto Manguel 8
Carlos Monsiváis 9
Eugenio Montejo 10
Alfredo Pita 12
Elena Poniatowska 13
Thiago de Mello 14
Fernando Charry Lara A Fernando Charry Lara – Jaime García Maffla 17
El Mapa Poético de Charry Lara – Pedro Alejo Gómez Vila 20
Fernando Charry Lara: Lector, Melómano y Catador de Poesía – Luis H. Aristizábal 30
La Traducción El Niño y El Mar – Nicolás Suescún 57
Poemas de Stephen Crane – Nicolás Suescún 64
El Muro En El Espejo – Ismenia – Elías Mejía 66
Luis Vidales Vidales, Sin Temor a la Risa – Juan Manuel Roca 75
Insulto y Celebración del Camarada Lírico – Alberto Rodríguez Tosca 86
La Generación desencantada de Golpe de Dados James Alstrum 93
Belisario Betancur: Poemas del Caminante Sobre la canción del Caminante – Mario Rivero 103
De Cómo Belisario Llegó a Ser Presidente y Poeta – Alberto Casas Santamaría 105
Selección de Poemas 108
José Paulo Paes Mauricio Contreras 110
Selección de Poemas 115
IX Festival Internacional de Poesía María Montero 117
Luis Chaves 118
Jaime Quezada 119
Francisco Morales 120
Pablo A. Fernández 121
Eduardo Llanos 122
Norberto Salinas 122
Jesús Munárriz 124
Edwin Madrid 124
Daniel Samoilovich 125
Antonieta Villamil 126
Efraín Rodríguez 127
Owaldo Sauma 128
Luis de La Hoz 129
Ensalada de Poesía Erótica Jotamario Arbeláez 131
SELECCIÓN DE POEMAS
Erica Jong 132
Raul Gómez Jattin 132
Charles Bukowsky 133
Allen Gingsberg 134
Gonzalo Arango 136
Premio HJCK y Casa Silva José Manuel Crespo Fragmento del Poema: Ulises Hombre Solo 138
Entrevista al Poeta Mario Rivero Fragmento de la entrevista de Guido Leonardo Tamayo 142
Apéndice Colaboradores 158
Programación 162
Publicaciones 164
Concursos 166

POR AMOR A COLOMBIA

Desde siempre el nombre de Colombia ha estado unido en mi memoria al de sus poetas, al de su poesía. La orquídea de José Asunción Silva salió a buscar un día la montaña de Avila, cuando vivía en Caracas para mandársela a Stéphane Mallarmé, es el emblema que en mi corazón custodia el cariño por su tierra y sus gentes. En uno de mis primeros recuerdos me veo a los veinte años, volando de Cucutá a Bogotá, para ir a la librería Buchholz y traerme a casa, con los libros nuevos, algunos de los iniciales dela memorable revista Eco, que tantas y tan buenas coas nos dio a leer durante muchos años. Más de cuatro décadas después sigo fiel al deslumbramiento que entonces me depararon los ensayos de Valencia Goelkel, Ernesto Volkening, Charry Lara y tantos otros.

Con el paso de los años han sido muchas las veces que he vuelto, y siempre en menester de poesía. Como miembro de los jurados, en diversos concursos de poesía, o bien como guía ocasional de talleres literarios, como invitado a los festivales de poesía. Tal andadura me ha permitido contemplar, por ejemplo, la amorosa luz de Medellín desde sus calles urbanas, conversar en sus piezas y cafés, como también amistarme con la niebla de sus picachos y colinas. Alguna vez en Santa Fe de Antioquia, en Cali o Manizales, por momentos he creído reconocer en cierto recodo del paisaje, en el rumor de hace ya tiempo,  que me es dado identificar, o eso supongo, algo más allá de las palabras. Así también, alguna vez mirando correr la lluvia verde sobre las hojas de bananos en las zonas de tierra caliente, he llegado a creer que ésta proviene de algún poema de Álvaro Mutis, cuando no de las páginas de un relato o de una novela. De la voz de sus poetas y escritores he aprendido, pues, a amar a Colombia.

Cuanto conozco de su hermosa geografía, de la psicología de sus gentes, involuntariamente se me confunde con lo que me ha sido dado a conocer de sus poetas, escritores y artistas. Y aunque la palabra sea con frecuencia la mediadora, no todo, lo sé, puede ser dicho en palabras. ¿Con qué verbo cercar el indefinible acento de la voz de Silva? ¿Cómo traducir las posturas difíciles de Luis Carlos López, ese poeta chino nacido en Cartagena? ¿Y la música en penumbra de Luis Vidales, la llama cordial de Eduardo Carranza o la gracia trovadoresca de León de Greiff? Anoto apenas los nombres de algunos poetas, pero, ¿cómo exaltar el portento de sus grandes narradores, la insuperable creación mítica de García Márquez? Cercanos en el afecto y la admiración que siento por sus palabras se hallan para mí María mercedes Carranza, Darío Jaramillo Agudelo, José Manuel Arango, Cobo Borda y Elkin Restrepo, entre muchos más. A la hora de intentar un afectuoso recuerdo de las voces que en mi corazón dibujan el cariño de esta tierra, muchos otros nombres vienen a mi mente; su enumeración  claro está, además de prolija, comprendería no sólo a los poetas, sino también a los cultores de diversas artes y géneros, así como a tantas entrañables personas que apenas tienen que ver, al menos de manera directa, con la literatura.

Hablo de la tierra donde la poesía y el arte todo avivan desde hace siglos una devoción impar, pero Colombia es también una tierra de amistad y del humor más entrañables. La amistad por lo común sintonizada bajo el signo fraternal, investida de sus rasgos más hospitalarios. Y el humor, tan característico, que suele orientarse no tanto por el ingenio, como por la cálida luz del sentimiento; el humor que es como un secreto pacto humano destinado a hacer que los días resulten lo más gratos y llevaderos para todos.

Cualquiera que sean las adversidades que confronte su pueblo, y sabemos que éstas hoy no son pocas, estará siempre su palabra, la lucidez de su palabra y la revelación de su arte, así como el tesón infatigable de sus gentes para sobreponerse. Diría, por último que en el vocabulario de mis predilecciones la palabra Colombia me abrevia un vasto conjunto de voces, rostros, paisajes, recuerdos, un luminoso cuerpo de nombres y poemas que no sabría evocar sin la honda implicación de mi afecto más entrañable.

EUGENIO MONTEJO

*-*-*-*-*-*-*-*-*-Copie debajo de este texto el ARTICULO o modifique a su gusto-*-*-*-*-*-*-*-*-*

MAPA DE LA POESÍA DE FERNANDO CHARRY LARA

Hace unos años María Mercedes Carranza escribió, en uno de sus poemas, esta línea: ciudad a medio hacer, siempre a punto de parecerse a algo.

Ella misma, obstinadamente durante años y hasta ahora, se ha dedicado a combatir su propia y poética afirmación, buscando esos perfiles que le faltan a la ciudad. Prueba de ello es esta noche. Tantas otras noches como esta. Prueba es esta Casa de Poesía.

Hace 25 siglos un gran ateniense pronunció unas palabras que yo quiero recordar ahora, en homenaje a ella: “Al engrandecer sus hijos la ciudad, dijo, esta les ha engrandecido”. Tucídides las atribuye a Pericles.

Mi querido Fernando Charry Lara:

Ninguna verdad mayor hay que la verdad poética. Toda otra verdad le es afecta o le está subordinada. Ello por dos razones: porque si la hemos alcanzado, siempre aspiramos a regresar a ella, o, porque, aun sin saberlo, aspiramos a construirla para vivir desde ella.

Es elusiva, pero nos asalta.

A veces, raras veces, la verdad de la historia la atraviesa.

Raros hombre logran decirla.

Con todo, tenemos polvo de estrellas en los zapatos.

Solo nos mata lo que no somos capaces de crear.

II

“Cuando hacemos ciencia somos panteístas; cuando hacemos poesía, politeístas; cuando moralizamos, monoteístas” anotó Goethe en sus Máximas y Reflexiones.

Esta noche nos rondan los dioses.

Aun las catedrales mayores aspiran a la condición de las modestas palabras cuya dimensión les falta. Prueba son las muchas desaparecidas sin que la palabra haya sufrido mella.

Lo cierto es que las palabras son países en el Tiempo, cuando de los países no quedan más que jirones.

Las palabras vuelan. Las palabras nos atraviesan hasta otros tiempos. Las palabras son ajenas, apenas las habitamos.

Las palabras son mansas y esquivas como dioses.

Si no hubiera dioses en las palabras, nada se podría contar sobre ellos. Los dioses están hechos de la materia de las palabras.

Así es la materia de las palabras.

III

También habría podido comenzar diciendo:

La variedad de los mapas es inconmensurable. Los rostros so otros mapas.

El único retrato fiable de un hombre es invisible. Es el relato de sus hechos perdurables.

Fernando Charry Lara escribió en 1961 lo siguiente:

 Llanura de Tuluá

Al borde del camino, los dos cuerpos,

uno junto al otro,

desde lejos parecen amarse.

 

Un hombre y una muchacha, delgadas

formas cálidas

tendidas en la hierba devorándose.

 

Estrechamente enlazando sus cinturas

aquellos brazos jóvenes,

se piensa: soñarán entregadas sus dos bocas,

sus silencios, sus manos, sus miradas.

 

Mas no hay beso, sino el viento,

sino el aire

seco del verano sin movimiento.

 

Uno junto del otro están caídos,

muertos,

al borde del camino, los dos cuerpos.

 

Debieron ser terribles sus dos rostros

frente a las

amenazas y relámpagos.

 

Son cuerpos que son piedra, que son nada,

son cuerpos de mentira, mutilados,

de sus suerte ignorantes, de su muerte,

y ahora, ya de cerca contemplados,

ocasión de voraces aves negras.

He dicho que hay una verdad poética. Ello no la salva de la ferocidad. El horror no esquiva la verdad. La persigue feroz, a dentelladas.

La gran poesía no está solo del lado de la belleza, está del lado de la verdad con su esplendor y su miseria. Pero siempre está del lado de la vida.

Hay bellos poemas. Tienen el tono de canciones para defenderse de la vida con recuerdos, y, a veces, para defenderse también de los recuerdos. Eso no es la poesía. Son bellos poemas.

Hay bellos poemas. Pero también hay grandes poemas.

Están dichos con una descarga, con una centella. Son un relámpago. Atraviesan la luz.

La grande poesía tiene un fulgor de relámpago. No esquiva nada igual que la luz.

Tanto dicen tres palabras apacibles como vidrios entre agua.

El tiempo huye y permanece.

IV

Podría haber comenzado de una manera distinta. Así:

He buscado infructuosamente ediciones apropiadas de varios libros.

A los editores –seres cuya general falta de imaginación comprueba el hecho incontestable de que no pueden vivir por sí mismos, sin los escritores- solo se les ocurren libros rectangulares. Tal vez por ello mucha gente, contagiada de esa falta de imaginación, piensa que los libros son cajas en las que están las cosas dichas para cuando puedan necesitarse y por ello no los lee.

Moby Dick, por ejemplo, se publica en un solo volumen.

La edición que no he encontrado tendría que estar impresa en páginas de agua, en las que las letras, atadas unas a otras por hilos invisibles, flotan y se mueven al ser leídas, agitando el agua en un gris veloz y en espuma… el segundo tomo está escrito en la pata de palo del capitán Ahab, y para leerlo, en vez de pasar páginas, hay que girarla, de manera que se lee en redondo. El tercer tomo está impreso sobre el cuerpo de la ballena blanca cuya primera línea comienza en su frente. El cuarto tiene la siluet5a del “Pequod”, lo cual permite leer con claridad el viento entre los mástiles.

Los Diarios de Anais Nin, no podrían editarse sino en volúmenes con silueta femenina y con el color de la piel. Así, al abrir la portada está el texto desnudo. Algunas páginas serían redondas con forma de senos. Algunas líneas estarían escritas con la forma del arco de las cejas. Ciertos párrafos tendrían forma de labios.

Una edición apropiada de los cuentos de Pedro Gómez Valderrama, mi padre, sería redonda como “¡Tierra!”. Los libros de Jorge Gaitán Durán tendrían la forma de un relámpago que rasga la oscuridad.

La edición cabal de la poesía de Charry contendría los poemas escritos en letra transparentes sobre prismas de tamaños distintos, cada uno de tantas caras como versos en cada poema, los cuales tendrían que ser suspendidos para ser leídos girándolos, de manera que el efecto de cada línea se refleje en la siguiente, a compasado con el brillo de cada faceta del prisma. El libro, en lugar de índice de los poemas, contendría un índice de los prismas.

Ignoro si no soy editor para fortuna de los editores que en el mundo hay, o para la mía propia. Debo, por cautela, una salvedad: el hecho de ser mi mujer diagramadora de libros, me obliga a declararla exenta de toda responsabilidad. El único responsable de la idea soy yo.

En todo caso, los libros, una vez leídos, quedan suspendidos en las paredes de la memoria, que es la casa más verdadera, en la forma más precisa en que debieran ser editados.

V

También podría haber comenzado desde el principio, o casi desde el principio.

Hace años, en 1951, Fernando Charry, por razones de una carta que venía de Medellín, recibió a un pintor joven a quien, luego de una larga conversación, le regaló un ejemplar de su primer libro de poemas, Nocturnos y otros Sueños. Días más tarde, para su sorpresa, el pintor le devolvió el mismo libro que él le había regalado. Solo que venía ilustrado con bellas mujeres desnudas, pintadas en líneas azules, del color del cielo de diciembre, y co una dedicatoria que dice: “Estas espontáneas líneas creadas en la intimidad de su poesía.” Y firmaba: Fernando Botero.

Charry conservó durante largos años, afectuosamente, el ejemplar en su escritorio, hasta el día en que los editores de El Áncora –hay, tengo que reconocerlo, algunos editores sensatos- tuvieron el tino de hacer una edición acorde con los poemas. Esa edición es, sin duda, una de las más bellas que se hayan hecho en el país.

Teniendo en cuenta que los desnudos son caras de un prisma, encuentro que la ediciónse aproxima a mi idea de editor.

Dos años antes, en las vísperas de publicar ese primer libro, que apareció en 1949, Charry recibió un prólogo que, de no haber sido más que por su primera línea, habría tenido que descartar sin la mínima vacilación. “No he visto nunca a Fernando Charry Lara”, dice el comienzo. Pero el resto de las cosas del prólogo equivalía a declarar no sólo que lo conocía, -para lo cual, desde luego entre escritores, no necesitaba haberlo visto-y que lo conocía bien, sino que, además, razonaba los motivos de su admiración. El prólogo, escrito en Miraflores de la Sierra, venía fechado en agoste de 1948, y estaba suscrito por un español a quien Charry había leído cuando pocos lo leían y que, años más tarde, un día tendría que suspender la vida de todos los días para escribir el discurso que tendría que llevar en su viaje a Suecia para recibir el Premio Nobel de Literatura: Vicente Alexaindre.

Al final de ese bellísimo prólogo, que la edición de  El Áncora reproduce, dice Alexaindre: “Desde esta distancia es justo y alegre saludar el nacimiento completo de un poeta que, con perspectiva, contra el cielo de nuestra lengua se dibuja con su creciente, con su nítida personalidad”.

VI

También podría haber comenzado así:

Charry pertenece a la generación de Mito.

Voy a contar algunas cosas sobre Mito, la revista que fundaron Jorge Gaitán Durán y Hernando Valencia Goelkel, con Pedro Gómez Valderrama, Eduardo Cote, Fernando Charry Lara y Jorge Eliécer Ruiz. Cito apenas unos nombres.

El primer número apareció en abril de 1955.

La colección completa estuvo al borde de un número cinco, pero no por fracaso, ni por falta de empeño de sus fundadores, sino por la claridad de su propósito. La publicación del Diálogo entre un cura y un moribundo del Marqués de Sade, traducido por Jorge Gaitán Durán y acompañado de un ensayo suyo, “Sade contemporáneo”, puso en marcha la censura de prensa de la época. La clausura de la revista fue finalmente conmutada por una caución establecida en la suma, entonces escandalosa, de $2000. Es este el único caso en que una revista literaria ha sido sometida a una medida de esa naturaleza. Entonces, recordaba mi padre, en el prólogo a la obra literaria de Gaitán Durán, “la orientación del gobierno de Cristo y Bolívar no permitía esperar mucho en materia de libertades”.

El comité patrocinador es memorable: Vicente Aleixandre, Luis cardoza y Aragón, Carlos Drummond de Andrade, León de Greiff, Octavio paz, Alfonso Reyes. Después estuvieron Jorge Luis Borges y otros nombres ilustres.

La primera página de la revista contiene la declaración de la voluntad de los fundadores, de la cual transcribo unas líneas: nuestra única intransigencia consistirá en no aceptar nada que atente contra la condición humana. No es anticonformista el que reniega de todo, sino el que se niega a interrumpir su diálogo con el hombre. Pretendemos hablar y discutir con gentes de todas las opiniones y de todas las creencias. Esta será nuestra libertad.”

Ninguna revista ha ejercido ese pluralismo como Mito.

“No fue su fundación la única oportunidad para tentar el peligro”[1]. En 1956 la revista participó resueltamente en la vida política denunciando la dictadura. Un número extraordinario apareció el 10 de mayo de 1957 con la exigencia de libertades totales.

La presencia de Mito en la vida del país fue permanente. Y lo fue desde el comienzo. “El drama de las cárceles en Colombia”, fue solo el primero de los varios testimonios que sobre distintos aspectos de la vida nacional publicó la revista.

Su sobria presentación –el nombre de la revista en letras rojas encabezaba la portada en la que figuraba el contenido de cada número- parece el sello de su calidad. En el interior se leía: “Todos los materiales han sido traducidos, escritos o enviados especialmente para Mito”. Y visible, en inequívocas versales: “Colaboración solicitada”.

“En Mito comenazaron las cosas”, le dijo Gabriel García Márquez, en una visita a m padre, hace años, debajo de la fotografía de Jorge Gaitán que estuvo siempre colgada sobre el dintel, a la salida de su biblioteca. Recordó, entonces, la tarde en las vísperas de su viaje a México, en que Jorge, de visita para despedirlo, sacó de la cesta de papeles un texto mecanografiado y sin título preguntándole “¿Qué es esto?”. Era un capítulo descartado de La Hojarasca. “Es un monólogo de Isabel viendo llover en Macondo”, fue la respuesta. Y hablaron de otras cosas. Rescatado contra la voluntad de su autor el texto apareció en el número 4 de la revista, en octubre de 1955, con el título involuntario que Gabriel le había dado. Luego, en 1958,  El coronel no tiene quien le escriba apareció por primera vez en el número 19.

No hay un solo número del que no perdure por lo menos un texto. Quien repase  Mito encontrará que sus colaboradores ejercieron y ejercen una perdurable influencia.

La revista apareció durante 42 números, a lo largo de siete años, hasta 1962, cuando murió Jorge a los 38 años, al regresar de París, en un accidente aéreo en Pointe à Pitre. La influencia indeleble de Mito fue su número siguiente.

Repasando la colección, he recordado sin remedio los versos 86 y 87 del canto XXXIII del Paradiso:

Legato con amore in un volumen

Cio che per l’universo si squaderna

 Encuadernado con amor en un volumen

Aquello que en el universo de desencuaderna

 La primera página del último número dice: “Jorge Gaitán Durán, fundador y director de esta revista, murió el 21 de junio pasado. Sus amigos y compañeros de Mito intentaremos, en el próximo número de la revista, dar testimonio de su memoria y su presencia”.

Ese número nunca apareció. O, mejor, no apareció encuadernado en su forma de siempre. Mi padre recopiló la obra poética y literaria de Jorge –es raro llamar a los muertos por su nombre- y, siendo Ministro de Educación, cinco memorables libros de poesía: Los Adioses de Charry Lara, Estoraques de Eduardo Cote, Morada al sur de Aurelio Arturo, El Transeúnte de Rogelio Echavarría y Canto Llano, de Fernando Arbeláez.

En Los Adioses está el testimonio de Charry:

A Jorge Gaitán Durán

Si tu desnudo gesto inmóvil

Si tu rostro que estalló de pronto ante un espejo

Si tu voz mutilada por el árbol por la nube

Si tu paso callando por un sótano

 

Una obstinada selva carnicera

Piedras y hojas de inútil rocío

Y sigo sigo despierto pensando

Silencio ahora duermes

Ahora eres

Un puñado de estrellas y de madrugadas

 

Quedan la lluvia la conversación los recuerdos

Si no hubiese sido montaña sino mar sino llanura

Aquel que en mitad del camino de la noche

Buscando palabras el infinito el tiempo medía

Sin olvidar la muerte al lado

Repentinamente entrado a su muerte

En el vértigo el asombro instantáneo del vacío

Palpando en el espacio tanta inmovilidad

Ahora te sé de aire y noche y nada

 

Apenas los cabellos apenas el alba caída

En el vestido

Entre escombros inerte sin luz deshabitado

¿Qué raíces qué miradas lentamente

Despiertan junto a un cuerpo

Silenciosas y frías para reconocerlo?

 

El poema tiene un tono entrecortado. Hay un silencio feroz después de cada línea.

El lector deberá completar cada línea insondable. Al haberlo hecho habrá leído el poema completo.

Hace milenios de Tao te King declaró que solo es útil el vacío.

VII

También hay maneras de comenzar.

Una manera de no comenzar sería decir “Fernando Charry Lara nació en Bogotá, en 19, es abogado, dirigió la Radiodifusora Nacional. Su obra crítica…”

Para lo que quiero decir interesa la mirada inteligente por la que Charry se asoma, su convicción en la risa. Su humor.

Además, la única biografía acertada de un escritor es su obra. Lo demás son inciertos datos.

Por otra parte no voy a hablar de su destacada y constante obra crítica. Solo de su poesía. Y voy a decir las cosas sólo, como lector suyo. La caza de citas no me interesa.

VIII

Tendría que volver a comenzar.

Aristóteles declaró que una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y bajo un mismo respecto. Pero el Tiempo existe, y por ello existe la poesía. El Tiempo es la gran materia poética.

El Tiempo es el nombre de la memoria del universo. El Tiempo es la memoria de lo que antes estaba unido. Los grandes poetas son hombres que hablan de la verdad antes de ser dividida, y escriben siempre, como Charry, con invisible tinta roja.

Ver es ya, de por sí, un relato. Todo lo que figuramos es menos que uno, por ello el universo es su único relato.

IX

He comenzado de varias maneras distintas. Tengo una razón para ello. Solo así, de tantas y más maneras, podía comenzar a hablar sobre la obra poética de Charry. Su poesía es prismática. Lo fue desde el comienzo.

Solo nubes el día, solo, blancas, las nubes,

Las nubes tan lejanas y el viento que las ciñe,

Cielo de un Día”

O

Yo recuerdo el mar, apenas, una noche azul, de pie,

En que lentamente llegaba como en olas de música,

“Nocturno lejanía”

 Cada línea suelta tiene su propio y acabado sentido. Ese sentido ilumina la línea siguiente, la cual, a su vez, regresa para dar nuevos alcances a la que la precede. La tornasola. Entre ambas aparece una verdad que se evade.

También en los prismas la verdad está, no se sabe si en el tornasol de una cara y la transparencia o el reflejo de la siguiente en la que se evade y en la que inasible y fugazmente perdura. Los prismas tienen una belleza tremenda. Están en la víspera. O están después.

La vida tiene esa condición prismática.

La poesía de Charry tiene la misma verdad inasible y fugitiva de los prismas.

Voy a seguir en el orden caprichoso de los reflejos, comenzando por el último de sus libros. Pensamientos del Amante.

Esa característica prismática de su poesía va madurando hasta llegar a una forma personalísima que la dice cabalmente. Y que aparece en su forma más expresiva en Pensamientos del Amante.

La poesía de Charry está escrita con palabras de todos los días. Puedo asegurar que no hay una sola de las palabras que usa, que, suelta, no haya sido pronunciada por alguien, en cualquier parte de la ciudad, muy poco después de comenzar el día. Muchas de ellas, a ciencia cierta, habrán sido dichas o pensadas por una sola persona antes de irse a dormir.

Mínimas palabras solas son sus herramientas. Pero es capaz de hacerlas inmensas. Voy a intentar explicar por qué.

El asunto en la poesía no está en las grandes palabras. El asunto está en ir más allá del tamaño inmenso de las palabras, para llegar a las regiones donde nada tiene nombre.

Había olvidado decir que en mi edición pendiente de la poesía de Charry, este último libro, Pensamientos del Amante –estaría editado- impreso desde luego no es la palabra apropiada – de manera ligeramente distinta, así: igual que en los otros libros, cada prisma correspondería a un poema, también escrito en letras transparentes, sólo que en lugar de un verso por cara habría una sola palabra, y en muy raros casos, dos o tres.

Cada una de esas palabras es suelta, y es al lado de la otra. Así se desgrana en nuevos sentidos.

Pensamientos del Amante no tiene un solo signo de puntuación. No tiene otra puntuación que la de las imágenes que a veces se entrelazan y otras se separan. O, si se quiere, el libro tiene una particular gramática de imágenes y silencios.

No hay rimas. Tampoco la sonoridad gobierna la forma. Desde luego no trata de hacer música con palabras.

La sola rima es la de las imágenes, por eso su música es distinta y es más grande.

La música que hay, no va en la sonoridad de las palabras. Va en los movimientos.

Sueltas y a la vez encadenadas con sabiduría de orfebre las palabras, las imágenes y las líneas, se detienen, avanzan y regresan. Y de ahí brota una música secreta y distinta  distinta que no requiere cadencias sonoras.

La verdadera música está hacia la luz. Más allá de lo que oímos. El sonido lo expresa pero no  la alcanza.

La música verdadera es una claridad que se mueve y gira.

Justamente, la maestría de Charry está e alcanzar el significado de que es capaz, con las más escasas y simples herramientas.

En la mitad de dos palabras, en la mitad de dos líneas o de dos imágenes, y luego en la sucesión que las acompaña, está lo que Charry dice. Dice las cosas calladamente.

De ahí que su poesía tenga esa asombrosa capacidad de comunicación directa con el lector. Las palabras no tocan lo que dice. Ese es su secreto y de ahí su arte.

Hay un corredor que se forma así con el lector, y que sólo grandes silencios pueden establecer.

Hay, ciertamente, una gramática de los silencios y el maestro es Charry.

Hay grandes corredores y vientos grandes en la poesía de Charry.

 Sólo nubes el día, solo, blancas,, las nubes,

Las nubes tan lejanas y el viento que las ciñe,

Queda una verdad elusiva, y sin nombre.

Lo que queda de esa poesía, queda así depurado de las palabras mismas que ha usado. Se evade, pero queda el testimonio.

Quedan palabras transparentes

Ese resplandor elusivo es la materia poética.

   

X

En el fondo un poeta verdadero, es un geómetra distinto, capaz de nombrar la verdad sin palabras entre el círculo y el triángulo. Es también astrónomo que usa palabras en vez de telescopios.

La cuidada disposición de las palabras en la poesía de Charry y el tamaño de las cosas que a través de ellas alcanzan a verse, corroboran la tesis.

Hay ciertos autores cuya obra breve tiene el equilibrio de la intensidad. Juan Rulfo – tal vez de todos los escritores que he conocido, el más parecido a lo que escribió- no escribió más libros que Charry.

La concisión admirable de Charry le da a las palabras un tamaño tan grande que se evaden.

El resultado es semejante a la explosión silenciosa de la tinta en el agua.

Sólo quien puede hacer un trazo preciso puede desdibujar el mismo trazo con precisión.

He dicho que hay una verdad poética. Hay, desde luego, también una reflexión poética. He dicho que los prismas se leen girándolos, avanzando y regresando, para revelar sus destellos, prueba de ello es “La voz ajena”

 Cai en tu blanco cuerpo de repente

Tocar tocar la piel centelleante entre lo oscuro

El fuego junto a unos labios entreabiertos

Los brazos ávidos estrechar su desnudo

Las manos del roce de la cabellera negra enardecida

Esa estrella o relámpago quieto en sus miradas

La amante que lánguida pasa temblando

Todo era y tanto asolas un momento.

 

Pero todo se extingue

Cuando la voz ajena cuando la voz cuando el extraño

En el interior silencioso tras la puerta

Con un presentimiento de jazmines

Y un corredor donde la sombra y el sueño

 

Todo era y  tanto a solas cierto

Pero entonces la absurda conversación inesperada

Mientras únicamente callar querías

Y el fastidio el vacío de otro ser a tu lado

Y la palabra la palabra del intruso que deshizo

Vuelta ceniza la luz de aquel instante

 

IX

He comenzado de varias maneras. Solo puedo concluir de una. Hay virtudes que son transparentes. La discreción es transparente. La sobriedad siempre es transparente. El honro y la dignidad son transparentes. La inteligencia atraviesa las cosas: as hace transparentes.

La vida de Charry es transparente. Solo siendo transparente se puede decir cosas transparentes.

PEDRO ALEJO GÓMEZ


[1] Pedro Gómez Valderrama.  Prólogo a la Obra Literaria de Jorge Gaitán Durán. Instituto Colombiano de Cultura.