Revista #12

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Editorial

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REVISTA CASA SILVA No. 12:    
     
ESTA REVISTA RECOGE UNA SELECCIÓN DE LAS CONFERENCIAS, LECTURAS DE POEMAS Y PRESENTACIONES DE LIBROS HECHAS EN EL AUDITORIO DE LA CASA DE POESÍA SILVA, DURANTE EL AÑO 1998.
9    
Los Intelectuales ¿Desechables o Desechados? ¿Son los intelectuales desechables o desechados? – Jorge Eliécer Ruiz 17
Mario Rivero Flor de pena – María Mercedes Carranza 33
  Secreto – Mario Rivero 35
El poeta representado Proyecto Emily (Fragmento) –Patricia Ariza 41
  En Pessoa (Fragmento) –Jorge Alberto Valcárcel García- Juan Carlos Silva Salguero 45
El bolero: poesía popular El bolero: poesía popular urbana –Juan Gelpi 51
Eduardo Gómez La poesía cósmica de Eduardo Gómez – Germán Pinzón 67
  Un día más y un nuevo día – Eduardo Gómez 70
Poetas del mundo en Bogotá Nocturno – José Asunción Silva 75
  La tercera ala – Thiago de mello 77
  Derrota – Rafael Cadenas 79
  Vaya hasta el próximo cruce – Vahé Godel 82
  Mujer Negra – Nancy Morejón 85
  La Ciudad de la Muerte – Justo Jorge Padrón 87
  El Bosque de los Insultos – Enrique Noriega 89
  Cómo Regresé –José F.A. Oliver 91
Luis Carlos López Aproximación crítica a la poesía de Luis Carlos López – Germán Espinosa 95
VII Encuentro Internacional de escritores Juego de Niños – Leland Bardwell 123
  El Santo – Eduardo Mitre 126
  Los Claveles – Humberto Ak´Abal 128
  Hay un silencio que precede el mundo –Diana Bellesi 130
  Las razones de Ulises – José Luis Arcos 132
  “Es un espectador…” – Susana Valenti 134
  Declaración de principios –Alberto Blanco 136
  Abel – Rodolfo Hinostroza 138
  “El libro comienza…” José María Zonta 140
  Cuánto más puede un párpado – Rosella Di Paolo 142
  Queen´s Park 144
  Por Culpa de la Sombra – Pedro Serrano 146
  Infancia – Lorna Dee Cervantes 148
  Cuerpo Presente – Soleida Ríos 150
  “Dos Vueltas a…” – Enrique Hernández D´Jesús 152
  Madrugada en la Taberna – José María Memet 154
  En el paraíso – Caupolicán Ovalles 156
Sor Juana Inés de la Cruz La rebelión en Sor Juana Inés de la Cruz – Juan Carlos Moyano 161
Nicolás Suescún La vida según Suescún – Hugo Chaparro Valderrama 173
  El ángel caído –Nicolás Suescún 180
Mallarmé y la Música Stéphane Mallarmé: Poeta en música – Carlos Barreiro Ortiz 185
Apéndice Colaboradores 203
  Actos realizados en la Casa de Poesía Silva en 1998 207
  Libros de poesía colombiana publicados en 1998 210
  Revistas con publicaciones de poesía editadas en Colombia en 1998 214
  Revistas extranjeras con poesía colombiana 216
  Concursos de poesía en lengua castellana 217

ALZADOS EN ALMAS

 

Miré los muros de la patria mía

Y no hallé cosa en que poner los ojos

Que no fuese recuerdo de la muerte.

                                                  Quevedo

 

Colombia es un país muy desdichado, al que castigan toda suerte de tragedias sociales, materiales y espirituales. Que el terrorismo, que la guerrilla, que el paramilitarismo, que el sismo, que los narcos, que los gringos, que el invierno, que el verano.

La distribución del ingreso es cada día más aberrante a favor de una minoría, a la que poco y nada le importan los problemas reales del país. La burocracia de gobiernos y sindicatos saquea a mansalva el tesoro público con el mayor descaro con el mayor descaro y en la impunidad.

Crece la pobreza, crece el número de masacres, asesinatos y secuestros, crecen las olas de los desplaxzados por la violencia, crece el desempleo, crece la delincuencia común. Crecen la muerte, la injusticia y la impunidad.

El colombiano que no ha entrado todavía en el el torbellino de la destrucción, vive cotidianamente entre el miedo, la inseguridad, la incertidumbre y esa ira que acaba por convertirse en una malsana y destructiva indiferencia. Porque se siente impotente y porque no tiene ninguna esperanza de que las cosas vayan a cambiar para bien.

 Ningún proyecto político a la vista parece salvarse del naufragio general en el inmenso mar de babas y de sangre en el que flota el país desde hace décadas, la solidaridad hecha trizas, es apenas un impulso sentimental que ayuda a aliviar conciencias.

 La participación ciudadana  organizada en partidos, sindicatos y asociaciones ha sido monopolizada por una instancia tramposa, llamada “sociedad civil”, que junta a la clase dirigente hasta con los indigentes callejeros, desdibujando y unificando intereses de clase tan disímiles.

Parece simplista y hasta produce cierto pudor decir que en medio de ese panorama, una de las pocas cosas que ayudan a vivir a los colombianos es la poesía. Y la música. Y el teatro. Y el arte.

Pero es verdad. Los colombianos de todas las edades, oficios y condiciones sociales acuden masivamente a la convocatoria de un verso, de un concierto, del goce estético de una escultura, al llamado de un festival de teatro y de cine, a la invitación a un taller de literatura.

Eso se ve, por ejemplo en el Congreso de Poesía de Medellín, que todos los años reúne a miles de personas. O en el que se realiza en Bogotá, hacia agosto, denominado con gran tino “Presencia viva de la poesía”.

Se vio en el evento al que invitó a la Casa de Poesía Silva en noviembre pasado: “Poemas de amor para los alzados en almas”.

Quisimos señalar que, frente a los 15 o 20 mil colombianos alzados en armas, somos treinta y pico de millones de alzados en almas, o sea:  que queremos la justicia social y la revolución en las costumbres políticas y en la administración del gobierno por vías que no sean violencia, la muerte y el delito.

 Al llamado de la poesía llegaron al Parque Central Bavaria, de Bogotá, alrededor de 4.000 personas. Catorce poetas dijeron sus versos: Mario Rivero, Fernando Charry Lara, Rogelio Echavarría, Darío Jaramillo Agudelo, Jaime García Maffla, William Ospina, Piedad Bonnett, Jotamario Arbeláez, Nicolás Suescún, Eduardo Escobar, José Luis Díaz-Granados, Federico Díaz-Granados, Fernando Linero y Wadis Echeverri.

 Sabemos que la poesía no basta. Hay que agregar educación, trabajo, seguridad social, equidad, justicia. Nos queda a nosotros –a quienes escribimos poesía, a quienes trabajamos para que ella llegue a los oídos y a los corazones de todos- la responsabilidad de suplir sólo con la palabra tantos vacíos aberrantes que nuestra peculiar organización social ha propiciado.

 Y también está la alegría de hacer algo muy necesario en estos tiempos siniestros que estamos viviendo los colombianos.

MARÍA MERCEDES CARRANZA

 

¿SON LOS INTELECTUALES DESECHABLES O SON DESECHADOS?

 

 

A Hernando Valencia Goelkel

con profunda amistad

 

Pocos términos modernos son tan imprecisos como el de “intelectual”. Su sola mención es capaz de provocar un debate tanto sobre su significado como sobre su evaluación. Para muchos representa cualidades de las que se desconfía y a las que se desprecia profundamente; para otros, denotan una excelencia a la que se aspira, aunque no se logra frecuentemente.

Lewis A. Coser

  No hay nada más atrayente para el hombre que la compañía de espíritus muertos.

Hugo Von Hofmannsthal

 

 

Que un intelectual escriba sobre los intelectuales no es extraño. Que escriba con competencia sería un milagro. Dos mil años han gastado filósofos eruditos y profesores en definirse y aún no han logrado hacerlo con alguna precisión. En veces apelan al Diccionario de la Real Academia; en otras ocasiones consulta, para copiarla, la Enciclopedia Internacional de Ciencias Sociales. No pueden examinarse a sí mismos, pues ignoran si su oficio es un arte, un privilegio o un “destino”, como suelen llamar a sus jugosos cargos los burócratas. Buen nombre porque, al fin y al cabo, son víctimas de enormes beneficios.

 Nuestro máximo intelectual, Francisco José de Caldas, quien por lo menos tuvo el valor de morir por algo, tampoco pudo acertar en el arte de medir alturas con alguna credibilidad. Los intelectuales se han querellado siempre los unos con los otros, y se han imputado las más absurdas bajezas, tanto que uno de ellos y no el menos acomodado- Archibald MacLeish-, llamó a los de su generación “irresponsables”. Antes, Julián Benda, los había llamado “traidores”. Hoy gozan de un prestigio, misterioso como todos los misterios de la creación.

 No pienso despachar a los intelectuales en un ensayo. No podré. Tal vez pueda lograr con estas palabras que alguno de ellos oiga los ladridos y pare la oreja. Entonces vendrá el crujir de dientes. ¡Yo no soy intelectual! ¡Yo soy escritor! ¡Yo soy un profesor! ¡Yo soy un científico! La confusión de las lenguas. Nadie quiere ser lo que es; nadie se define.

   

  1. 1.      En busca de tiempo perdido

Grandes intelectuales, grandes escritores, compusieron grandes diccionarios. Aves de corto vuelo, no pudieron pasar de unas cuantas definiciones: Ambrose Bierce el El Diccionario del Diablo, Flaubert el Diccionario de ideas recibidas, Mencken el Prontuario de la estupidez y de los prejuicios humanos, León Bloy la Exégesis de lugares Comunes, Bertrand Russell el Diccionario del Hombre Contemporáneo…¡Ah! Y Voltaire el Diccionario Filosófico. También me enseñaron los jesuitas que Diderot y que D’Alambert habían dirigido la Enciclopedia, gracias a cuyas ideas pisaron la cárcel muchas veces y no pudieron volver a pisar el templo de los dioses cristianos.

Volviendo a lo nuestro, que no es la erudición, recuerdo con la memoria inmediata que Russell escribió: “Si el intelectual tiene alguna función en la sociedad, es conservar un juicio frío e imparcial frente a todas las solicitaciones de la pasión. Yo hallé, sin embargo, que la mayoría de los intelectuales no creen en la utilidad del intelecto, excepto en épocas de paz”.  Como en sus últimos años presidió el tribunal que llevó su nombre, no pudo completar su pensamiento con la verdad que todos conocen: ¡los intelectuales han sido en todas las épocas, los más apasionados incendiarios de la humanidad!

Por mi parte, yo que soy modesto aforista y, como todos, ladrón, sólo agregaría que la inteligencia es el reposo del guerrero. Del guerrero derrotado. Los guerreros vencedores nunca tienen paz.

Y, ahora que hemos asumido la posición de consejeros, recordemos a Van Wyck Brooks, quien, con su modestia norteamericana, atribuyó sus opiniones a Oliver Allston:-“No hay que hacerse la ilusión de que por mera inercia pueda uno llegar a caer muy bajo. Una persona viene organizada tiene que trabajar tanto para hundirse como para elevarse, pues debe violar toda clase de instintos, muy fáciles de satisfacer. La línea de menor resisitencia consiste en flotar sobre el nivel en que se ha nacido, como un pan de jabón barato”. Nuestros jóvenes intelectuales poetas nunca reconocerán esta verdad, por más que la grasa que los rodea no les permita nunca hundirse en la tierra de donde nunca habrían debido brotar. Todos, todos por el contrario, se enorgullecen de un pasado prometedor.

Y León Bloy, un tanto críptico, pero no menos certero, escribió, cuando trataba de descifrar el oficio de los críticos: “No creo que el burgués se haga cortar en pedazos por sostener que el arte es difícil, pero sí tiene el empeño en que la crítica sea fácil, la cosa más fácil del mundo, si es posible. Eso si le interesa. Hay que entenderse, sin embargo. El burgués no es un asno. La crítica puede muy bien ser difícil, si se trata de un gran arte, del verdadero arte, que es Bougerau, en pintura, o el de Paul Bourget en literatura. ¿Dónde iríamos a parar si al primero que llegara le estuviera permitido meterse en esos camellos?”

Pero Bloy, que no cargaba pajas en la boca, prefirió ir directamente al grano: “¡Imbéciles, los que no piensan como nosotros!”.

Sloterdijk, en cambio, (Peter Sloterdijk, claro está) quien no ha podido escribir un Diccionario Cínico pero escribió una Crítica de la Razón Cínica, como homenaje a su maestro Kant, decía con cautela y con esperanza: “El intelectual como corsario: no es ningún mal sueño”. Pero, dirán los intelectuales: “¡Un corsario! ¡Qué miedo!”.

Otros, más  sensatos, definen al intelectual como “clérigo”. Tal vez sea por su astucia, o por su comunicación directa con Dios, o por ambas cosas…

¡Qué confusión! He caído de nuevo en la trampa que caen los intelectuales honestos: citar para no pensar. Hinchar el perro literario.

Antes de concluir este brillante exordio sobre la importancia de los intelectuales en la sociedad quisiera definir el término, como han hecho siempre los retóricos clásicos. Pero como no tengo en mi escritorio el Diccionario de la Real Academia, (qué vergüenza para un escribiente)me tocará formular mi propia definición. Y de eso se trata. Cada uno debe definir su terreno, demarcarlo, orinar en él, como los perros, los gloriosos perros, los hombres más inteligentes de la creación. Si definimos aquello de lo que vamos a tratar, nadie podrá reprocharnos que no hayamos cubierto a cabalidad la materia. Si lo hemos hecho bien tal vez nos alaben. Si no lo hemos logrado, nos compadecerán con alacridad. Pero todos sabremos a qué atenernos.

INTELECTUAL: Hombre inteligente. Persona que juega con las ideas, que no se compromete. Generalmente escribe…pocas veces piensa. Cuando escribe lo hace siempre sobre los muertos, elogiosamente. No escribe nunca sobre los vivos, porque los vivos muerden. En las épocas del romanticismo se aplicaba también a los perros, de tal manera que intelectual y perro llegaron a ser sinónimos. ¿Colombianismo? En Colombia se llama intelectuales a los lagartos.

 

  1. 2.      El auge de los intelectuales.

Jacques Le Goff, quien había publicado el primer esbozo de su libro Los intelectuales en la Edad Media en 1957, y que era tan vanidoso como un francés, escribió que “la boga registrada, desde la aparición de este libro, por los estudios sobre ‘el intelectual’ o ‘los intelectuales’, no es solamente, ni debe ser solamente, una moda”. Planteaba así una tesis muy común en los cenáculos  elitistas, en los que un solo caso – sobre todo sie es el caso personal-. Constituye la prueba de la generalidad de una disposición crítica acertada.

Como los franceses son genéticamente olvidadizos de los “logros” de las demás culturas (siempre yo y los demás), no recordaba que Gide y Benda y MacLeish y Gramsci ya se habían ocupado del tema con mayor competencia y con mayor modestia. Pero ¿será que el tema y el personaje estaban en boga en 1957 o en 1968? Veamos.

Ciertamente André Gide (como Sartre) creía que los intelectuales debían comprometérsela palabra compromiso se puso de moda con ocasión del ascenso de la Revolución Soviética al patíbulo (perdón, al poder). En 1934, en su discurso sobre “Literatura y Revolución” escribió: “Que la literatura y el arte deban servir en la revolución, no tiene duda: pero el arte no debe preocuparse por servirla. No la sirve bien sino cuando se preocupa únicamente de lo verdadero. La literatura no tiene por qué ponerse al servicio de la Revolución”. Como estas frases no parecen claras (raro en el maestro de la claridad) es preciso rastrear el contexto.

En 1932, una carta dirigida a la “Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios”, rehusando formar parte de la misma, escribía, con más astucia que coraje: “creo que mi concurso (y más precisamente en mi caso), puede ser de más provecho real a vuestra [a nuestra] causa si lo aporto libremente y si se me conoce NO enrolado…Ustedes saben que yo estoy comprometido en la mejor forma”. En una forma tan finamente dialéctica que dejaba a salvo su no compromiso real.

(Merleau-Ponty, su contemporáneo, en Las aventuras de la dialéctica, coincidía con él: “Esperar que las cosas adquieran su fisonomía para decidir es decidir que sean a su manera”. Una manera astuta de tener razón siempre y de estar siempre al lado de los vencedores. Después vendría el famoso panfleto de Gide, Mi retorno de la U.R.S.S, que tanta fama de comprometido con la verdad le proporcionaría).

Cuando Gide murió, en 1951, Sartre, su cordial enemigo, no pudo menos que protestar ferozmente contra “la hediondez de los artículos necrológicos que se le han consagrado. A pesar de todo Gide es un ejemplo irremplazable porque ha elegido, por el contrario, llegar a su verdad”. El maestro de la dialéctica confirmaba aquí la solidez de la pieza clave de su sistema, que es la misma del marxismo-leninismo: cada uno tiene su verdad, cada época tiene la suya.

Otro tanto sucedió cuando murió Camus. Habían disputado en público, habían peleado en público,. Y ahora era preciso decir: “Camus en este siglo, contra la historia, es heredero del antiguolinaje de moralistas cuyas obras constituyen quizá lo más original de las letras francesas”. De nuevo la dialéctica de la historia servía para enjugar las lágrimas de un amigo que un día se consideró traicionado y que hoy reconocía que la traición provenía del más grande moralista de su época.

Malraux –de quien Trotsky había dicho en 1931 que terminaría besándole las botas a un militar –se había comprometido, y Nizan y John Dos Pasos y Valle Inclán. El compromiso de los intelectuales estaba de moda. Sartre, en cambio no se comprometió. Aunque no es muy recomendable para los profesores profundos, el libro de Paul Johnson Intelectuales, está escrito con sagacidad y con olfato. Por eso pudo descubrir que aunque Sartre era el pontífice del compromiso, nunca se comprometió con nada. Se comprometió con su propia libertad, con su real gana, que lo llevó a una muerte dolorosa y miserable.

En América Latina, en cambio, un escritor de primera línea, José Carlos Mariátegui, y un poeta universal, César Vallejo, llevaron su compromiso hasta la muerte. Como ignoraban la dialéctica, pero amaban la verdad y la libertad, que no se daba en estas tierras, murieron con el puño e alto y el verbo encendido, defendiendo la causa socialista.

En Colombia, se comprometieron Sanín Cano –un intelectual auténtico-, Jorge Zalamea y Jorge Gaitán Durán. Compromisos modestos y vagos que permitían a unos y a otros luchar por la libertad y amar a Stalin, conspirar contra Rojas y asistir a sus recepciones, conspirar y dormir tranquilamente en sus casas.

Mito, la primera de cien flores variopintas, refleja muy bien lo que quisimos hacer entonces: una revista existencialista en donde más que el compromiso se amaba la “disposición” para todo. Cierto obsceno heterosexualismo recorría tanto su política como sus relaciones personales. Todos cabíamos en ese frente popular, frente cosmopolita de las ideas moribundas

[Recuerdo que una señora (sí, una señora), en 1957 cuando escribí: Situación del escritor en Colombia,  me dijo: “Usted es un valiente”. Después no volví a escribir contra los intelectuales a sueldo. Entonces me dijo: “Usted es un cobarde”. Amaba la fidelidad a la monotonía].

Desde cuando los Estados Unidos perdieron la guerra de Vietnam, ya nadie habla de los intelectuales. Kennedy los llevó al poder y les tapó la boca con una corbata. Hoy ya nadie se pregunta: ¿Para qué sirven los intelectuales?

 

  1. 3.      Los irresponsables

 

Cuan en plena Guerra Mundial –la Segunda-, Archibald MacLeish reunió sus ensayos en un libro titulado: A time to speak, tituló al primero de ellos “Los irresponsables”. Se refería a aquellos escritores y scollars que, sin protestar siquiera, habían visto arder la cultura occidental. Hitler había prendido el fósforo, ellos habían echado la gasolina. “nada es más característico de los intelectuales de nuestra generación que su incapacidad para comprender lo que está sucediendo en su mundo”, escribió con amargura. Era un poeta que tenía los ojos bien abiertos pero que no tenía el poder para abrírselos a los ciegos, intonsos poetas de su generación.

Esto no era nuevo. En 1927, Julián Benda, un intelectual casi puro, escribió su Trahison des clercs, un cortés panfleto contra los realistas que hacían de la política un sino de sus días. “En resumen, si contemplo la humanidad desde el punto de vista de su estado moral, tal como se manifiesta en la vida política veo: 1) la pasión de clase y la pasión nacional alcanzan un grado de conciencia y organización desconocidos hasta hoy; 2) una corporación que opuesta antes a este realismo de masas, no solamente no se le pone más sino que lo acepta y proclama su grandeza y moralidad; en suma, una humanidad que se entrega al realismo con una unanimidad, una ausencia de reservas, una satisfacción de la pasión de la que la historia no había dado ejemplo”.

Como buen idealista francés, escribía para la humanidad. Despreciaba la realidad porque los ideales habían sido pisoteados. Pero no se le ocurrió adherir al Frente Popular que, al fin y al cabo,  buscaba oponerse a la barbarie nazi que ya apuntaba sus cañones contra su patria. Siempre el valor abstracto, con cuyo ejercicio los valientes no corren ningún peligro.

En los años treinta, los escritores, los filósofos, todos intelectuales, se habían enrolado en las filas de aquellos profesionales calificados (White scollars),  que Peter Sloterdijk, medio siglo más tarde, llamaría “administradores de pensamientos”, Almas mojadas, espíritus pusilánimes y compuestos, para quienes todo daba igual, excepto las malas maneras.

Thomas Molnar, un católico aceptante, un utopista desencantado, escribió en La decadencia de los intelectuales, un balance del fracaso de esta rara avis que ha hecho las delicias de los sociólogos, que el fracaso intelectual del ideólogo se origina “en su profunda inmoralidad”. A decir verdad su pecado es el pecado del orgullo, el que reclama mayor estupidez, ya que su táctica consiste en cerrar los ojos para no ver la basura de este mundo.

“Resulta irónico que aquel que está comprometido con una ocupación racional y científica en el mundo, sea en realidad un ingenuo, un simple. ¿Será esto perdonado?” El ingenuo señor Molnar no nos dice nada, no nos da ninguna respuesta. Ellos hablan y responden al mismo tiempo, o se quedan mudos, esperando a Godot. Ahí se han quedado todos los católicos. Y no sólo los católicos que nunca han comprendido que la religión y la política son asuntos de cultura y no mandatos revelados, que sólo perciben los iluminados.

Jean Louis Bodin, en cambio, les confiere a los intelectuales un gran papel en la sociedad. Con palabras de Lipset dice que “consideramos como intelectuales a todos los que crean, distribuyen y ponen en acción la cultura, ese universo de símbolos que comprende el arte, la ciencia y la religión”. ¡Menuda tarea para quienes tienen que juzgar y condenar a todo el mundo!

Si dejamos a los sociólogos (que también son intelectuales) tal vez nos vaya mejor. Dos escritores, grandes escritores reaccionarios tal vez nos vaya mejor. Dos escritores, grandes escritores reaccionarios –contradictio in terminis-, Nicolás Berdiaeff y E.M. Cioran, nos dirán qué piensan sus colegas. Pero plato es plato tan fuerte que no quiero dejar pasar la oportunidad para un breve excurso.

Excurso uno

En 1979, apenas 10 años después de la llamada revuelta estudiantil del 68, en Francia, que obligó al Presidente De Gaulle a dejar el omnipotente poder de que gozaba, Alwin W. Gouldner publicó un sólido libro al que dio el título de El futuro de los intelectuales y el ascenso de la nueva clase. Con un asombroso poder de síntesis, la obra aparece en el título como una descripción de lo que estaba sucediendo en Europa y en América y como un examen de lo que podría ser el futuro de la Nueva Clase (la intelligentsia), si la situación social evolucionaba como era previsible, dadas las fuerzas en acción.

La obra se inicia con un párrafo que vale la pena transcribir in extenso, ya que refleja la situación presente, (en los setentas) y sitúa las tesis del libro: “En todos los países que en el siglo XX llegaron a formar parte del orden socioeconómico mundial naciente, una Nueva Clase compuesta de intelectuales y la intelligentsia técnica –que no son iguales- entra en conflicto con los grupos que  ya controlan la economía de la sociedad, sean empresarios o líderes políticos. Una nueva lucha de clases está surgiendo lentamente en el tercer mundo de las naciones en desarrollo, en el segundo mundo de la U.R.S.S. y sus clientes, y en el primer mundo del capitalismo tardío, formado por América del Norte, Europa Occidental y Japón”.

La visión de Gouldner ha resultado tan acertada que hoy, los pocos que leemos en el Tercer Mundo, podemos tener acceso a la obra de Eduard W. Said Imperialismo y Cultura, que desarrolla y confirma las tempranas tesis del autor norteamericano. El mundo se ha globalizado, las guerras –si las hay- serán culturales y no políticas y, por lo tanto, a los intelectuales cabe desempeñar un papel de directores o moderadores de los conflictos.

De las trece tesis de Gouldner, vale destacar cinco que nos tocan directamente y que desvelan los fenómenos que ocurriían en ese entonces y presagian lo que ocurriría después y está ocurriendo ahora. (Quiero dejar bien claro que aunque no he puesto comillas a la formulación de las cinco tesis, las palabras y las ideas son de Gouldner. Mis comentarios vendrán después de la enunciación de las tesis).

  1. Un proceso de secularización por el cual la mayoría de la intelligentsia ya no es educada por una organización eclesiástica dentro de la cual vive y a cuya supervisión está sujeta, separada por ende de la vida cotidiana de la sociedad.
  2. Un segundo episodio en el surgimiento de la Nueva Clase es la aparición de las diversas lenguas vernáculas, la correspondiente declinación del Latín como lengua de los intelectuales y, sobre todo, su reproducción erudita.
  3. El correspondiente desarrollo de un mercado anónimo para los productos y servicios de la Nueva Clase, lo cual permite a ésta vivir independiente, libre de la estrecha supervisión y de los controles personalizados de los patrones. Junto con la secularización, la residencia y el trabajo de los intelectuales son ahora menos estrechamente supervisados por otros.
  4. Una reforma de la educación pública en los países del Primer Mundo y en la mayoría de los del Tercer Mundo que ha unido el perfeccionamiento al trabajo y que se ha puesto a tono con la globalización de la economía y con la internacionalización de las relaciones políticas.
  5. Finalmente, un episodio importante en el surgimiento de la intelligentsia moderna es la forma cambiante de la organización revolucionaria. La revolución misma se convierte en una nueva tecnología que debe ser ejercida con “racionalidad instrumental”.

Situado en este punto, gracias a la mano maestra de Gouldner, veamos qué sucede con nuestros intelectuales, en este Tercer Mundo y en este país olvidado de la mano de la sabiduría.

En primer lugar, si bien la educación y la cultura se han secularizado, hemos perdido la seguridad de la autoridad feudal y la sabiduría de las iglesias y no hemos ganado nada. Repetimos las mismas banalidades sin el prestigio de una autoridad revelada. Copiamos a Europa y a los Estados Unidos, extendemos la educación pero no la mejoramos. Por lo que dice a la cultura, solamente puedo decir que es evidente que ahora la basura está más equitativamente extendida y que no es el patrimonio de una élite solitaria.

En segundo lugar, debemos alabar que no exista ahora una lengua imperial que, anteriormente, se llamaba lingua franca. Las malas traducciones permiten a los intelectuales antropologizantes que, antes de la calidad se preocupan de la variedad. Tiene paladares a prueba de escorpiones.

En tercer lugar, la libertad de residencia y de venta de que gozan los intelectuales, sin estar sometidos al mecenazgo de los gobiernos, significa un aumento de libertad. Libertad que resulta ser recortada, por otra parte, por el poder de las grandes multinacionales que compran talentos al menudeo y los muestran cuando quieren o los ocultan cuando se avergüenzan de ellos.

En cuarto lugar, debo confesar que la desaparición de la familia extensa, tan anhelada por algunos sociólogos, no me viene ni me va. Siento como Gide, quien decía: “Familles, je vous ai”. Hoy la familia, por lo menos en nuestro país, se ha convertido en la más fecunda fuente de anomia social.

Por último, debo decir que, al igual queen otros países, en Colombia los intelectuales como revolucionarios somos un fracaso. Si logramos mantener la pluma en alto y no ponemos nuestra conciencia en venta, nuestros colegas se ríen de nosotros: “la honestidad es tontería, el éxito se puede comprar como lo hemos hecho nosotros”.

Muy poco tendría que agregar a este excurso, para no convertirlo en la parte central de la conferencia. Tan sólo quiero añadir que me repugna la publicidad, sobre todo cuando está dirigida por intelectuales. Son más sagaces y sumisos. Saben adornar mejor la mentira y multiplican su talento para enriquecer a los comerciantes.

(Si esto no es claro se debe a las imperfecciones de mi dialéctica)

 

  1. 4.      Los intelectuales reaccionarios

 

¿Hay intelectuales reaccionarios? ¿los aceptarán sus colegas? Veamos.

Frederic Bond y Michel-Antoine Burnet, dos intelectuales franceses, decían en su libro Los nuevos intelectuales: “Zola es un intelectual, Barrés es un perro guardián. El concepto de intelectual de derecha es contradictorio con su esencia misma. Los criterios funcionan como guillotinas: hay que descubrir los traidores para excluir de la definición a unos cuantos socarrones renegados, a riesgo de conceder algunas rehabilitaciones póstumas”.

¡Suave lenguaje! ¡Compasión cristiana! Nietzsche hubiera muerto de apoplejía, (sus antepasados murieron de ataques semejantes) si hubiese escuchado a estos profesores. Rehabilitar a “socarrones renegados” como Ezra Pound o L.F. Celine es demasiado para un profesor honesto y sabio. ¿Por qué, me pregunto, los intelectuales radicales no han rehabilitado a Trotsky, en vez de tratar de rehabilitar tantas vacas muertas?

Umberto Eco y otros intelectuales italianos, escribieron en 1973 una pequeña obra colectiva, en realidad un escenario futurista, que titularon La Nueva Edad Media. Allí anotaban que “recientemente y desde muchas y diferentes posiciones, se ha empezado a hablar de nuestra época como de una Nueva Edad media. En verdad se trata de saber si se habla de una profecía o de una comprobación. En otras palabras ¿Hemos entrado en una nueva Edad Media? O bien, como lo ha expresado Roberto Bacca en un libro inquietante, se producirá una Edad Media en un futuro próximo?” La cuestión no es menos inquietante porque a quienes la formulan se los llame reaccionarios o no o, más piadosamente, se los tilde de revolucionarios terroristas. La sociedad y la historia plantean interrogantes que los intelectuales deben resolver. En eso consiste parte de su lucrativo negocio. (En un segundo excurso trataremos luego esta pintoresca cuestión).

Todo gran escritor es protéico e inclasificable. Cuando decimos de alguien, queriendo exaltarlo, que es “escritor de un solo libro” o no lo hemos comprendido o nos hemos perdido en la infinita maraña de sus contradicciones. Muchos, como en el caso de Russell, han tenido que escribir diccionarios apara explicar sus aparentes contradicciones y otros, piadosos y pacientes, escribir nuevos tratados para explicar sus intrincadas logomaquias. El caso de Rawls, eminente jurista y politólogo, no es el único. El escritor es siempre ambiguo para el lector, porque sus puntos de vista son diferentes, a menudo históricamente distantes.

Quienes escriben aforismos, -profesión secreta, vergonzante y cínica-, son tachados de reaccionarios por quienes creen en la verdad eterna. E.M. Cioran, el moderno más notable, no se molesta por esto y escribe en el Ensayo sobre el pensamiento reaccionario: “La filosofía de la Ilustración tuvo prolongamientos literarios inesperados. La influencia de De Bonald sobre Balzac fue tan poderosa como la de De Maistre sobre Baudelaire”.

Si se examina el pasado de un escritor, sobre todo de un poeta, si se analizan detalladamente los elementos de su biografía intelectual, encontraremos en ellos antecedentes reaccionarios… la memoria es el fundamento de la escritura; lo nuevo una excrecencia que luego se tornará vieja. Lo eterno de que hablaba Baudelaire.

Los grandes filósofos modernos hacen de la trivialidad el tema de los grandes discursos de alta filosofía. Esto, por lo menos es lo que Sloterdijk dice de Heidegger. Y también Bouveresse de todos sus colegas, en su preciosa obra El filósofo entre los autófagos.

Mucho habría que decir sobre los intelectuales ingenieros que hicieron la revolución conservadora en la República de Weimar y que luego en la Viena de fin del siglo hicieron la disección del imperio moribundo, de la Cacania frívola y displicente que murió danzando los encantadores valses de Strauss. ¿Y qué pensar de aquellos sacerdotes del marxismo que oficiaron el holocausto de las purgas en Rusia y el derrumbe apocalíptico de la pomposa y tenebrosa Unión Soviética, edificado sobre el pensamiento de una intelectualidad religiosa?

Basta leer Los Demonios de Dostoievski para comprender las contradicciones de un talante religioso que, al mismo tiempo era eslavófilo y occidentalista, zarista y anarquista, como lo fueron los rusos de su época.

Por pereza y por fastidio sólo dedicaré unas pocas palabras a mis compatriotas, para que no se me tache de cobarde. Pero esto lo haré en el Epílogo, en donde parecerá que deposito una corona fúnebre sobre sepulcros vacíos.

Pero la tarea, a nivel general, tal vez les competa a los intelectuales neoliberales o neo conservadores –reaccionarios todos- como los llaman quienes no saben o no quieren saber que los enfermos que se rehabilitan y, sólo ellos, pueden “reaccionar”. Thomas Mann sabía, y Napta por su puesto, que sólo quienes trasponen el dintel de la reacción pueden enfrentarse al presente con lucidez. Lo dijo cuando escribía novelas para modistillas (La Montaña Mágica) o cuando no vacilabaen enfrentarse a su hermano Heinrich, que hacía las delicias de la galería de la República de Weimar con sus novelas socialistas. Las novelas de Thomas Mann se escribían con talento, y no con un mero espejo, paseado por el camino fangoso de la realidad.

Muchos intelectuales ha habido, desde Maquiavelo, que no tienen agua en la pluma para decir la verdad. Muchos, entre los que Burke, De Maistre y De Bonald, no serían los menores. Muy pocos son quienes recuerdan que al final del primer tercio de este siglo, hubo muchos escritores nazistas y fascistas, muchos grandes escritores comprometidos, “Revolucionarios conservadores”.

Lionel Richard, en su obra Nazisme et littérature recuerda cómo estos escritores nacieron en un medio y fueron narcotizados por él. “Tal es la situación en la cual se encuentran igualmente los escritores y los artistas, nos dice la obra citada. Son productores de sus obras pero al interior de un sistema económico, en donde la clase dominante, a despecho de sus propias contradicciones, y de las contradicciones que son las de la sociedad, posee los medio de imponer sus ideales”.

Para no prolongarme mucho en temas que no domino tanto como nuestros colegas colombianos, solamente citaré a Jünger, a Benn a Trakl en Alemania y D´Anunzio en Italia. Pero ¿qué decir de las grandes películas del expresionismo de la pintura de la época? Sí, evidentemente, eran reaccionarios y estaban reaccionando contra la enfermedad que carcomía a su sociedad.

Fiel a mi principio de que el ensayo es condensación, mera alusión o elusión, no trataré más a fondo esta cuestión reaccionaria de la que en mi juventud ignorante y veleidosa fui profundo conocedor, admirador y partícipe. ¡Ah!, los años de la Revolución Nacional y del viaje a la “madre patria”, a conocer al caudillo. No hago la lista de mis compañeros porque ya son ilustres izquierdistas y tal vez podrían vengarse… Uno no sabe nunca cómo reaccionan las almas versátiles, templadas para dar los más absurdos giros, que sólo parecen piruetas de circo.

Como no quiero eludir el asunto y tampoco quiero concitar la mala voluntad de mis colegas colombianos, echaré mano a mi erudición a la violeta y trataré en el siguiente excurso sobre los “conservadores revolucionarios” o los “modernistas reaccionarios”, como gustéis. Prometo que esta caminata será divertida.

Excurso dos

El modernismo reaccionario

Dos escritores angloparlantes o, mejor angloescribientes, Jeffrey Herf y Anthony Phelan, publicaron dos obras fundamentales para el análisis de nuestro tema. Herf, en 1984, publicó El modernismo reaccionario y Phelan, en 1985,  El dilema de Weimar, dos obras escrupulosamente documentadas que revelan por primera vez las condiciones sociales que hicieron posible la aparición del nazismo en un país cuya cultura había sobrepasado la francesa, prototipo del humanismo ejemplar.

¿Cómo había sido posible una nación culta, que contaba como hombres representativos a Goethe, a Schiller, a Nietzsche, hubiera llegado a tal estado de postración y de decadencia, a tal corrupción en las costumbres políticas, después de su derrota en la Primera Guerra Mundial? La jugada estaba cantada: Oswald Sengler en  La decadencia de Occidente había hecho de la derrota una ventaja, al pronosticar que no solamente Alemania sino todo el Occidente moriría de muerte violenta, pues sus dirigentes intelectuales no habían sabido descifrar el contenido simbólico de sus culturas.

La zorra había visto que las uvas estaban demasiado maduras y pasó de largo. Solamente los talentos superiores pueden hacer de una derrota una ventaja, y esto fue lo que hizo Spengler.

Jeffrey Herf, un moderno sociólogo provocador, escribió su obra sobre la política y la cultura en el Weimar del Tercer Reich para demostrar el papel que desempeñaron los “modernistas reaccionarios” en la modernización de Alemania (Prusia) y de buena parte de Europa. Allí señala, con cortesía y frescura: “Los modernistas reaccionarios eran modernistas en dos formas: en primer lugar en lo más obvio, eran modernizadores tecnológicos, es decir, querían que Alemania se industrializara más y no menos, que tuviera más radios, trenes, carreteras, automóviles y aviones. Se creían los libertadores de los poderes deslumbrantes de la tecnología, reprimidos y mal utilizados por una economía capitalista, ligada a la democracia parlamentaria”.

“En segundo lugar enunciaban temas asociados con la vanguardia modernista: Jünger, Gotfried Benn en Alemania, Gide y Malraux en Francia, Marinetti en Italia, Yeats, Pound y Windan Lewis en Inglaterra hacían el coro de los idiotas útiles”.

“El modernismo no era sólo de la derecha política. Con su tema central de que el espíritu creativo en en guerra con la burguesía que se negaba a aceptar límites y que defiende lo que Daniel Bell ha llamado megalomanía de la autodefinición,  el impulso de ir más allá, más allá de la moral, la tragedia y la cultura”.

Por su parte Phelan, citando a Ferdinand Fried, apuntantan: “Los llamados intelectuales dominan la vida espiritual de la nación: una gran riqueza de talento, pero sin carácter alguno… La gente vende su personalidad y de carácter”. (Cualquier similitud con la situación actual en nuestro país –Colombia-, es mera coincidencia, como suelen decir novelistas de terror).

Como cualquiera puede ver, no sólo los intelectuales y los artistas de izquierda, miran al presente y sacan conclusiones para el futuro. Los de la derecha también lo hacen para salvar, con un nuevo impulso, lo que la revolución ha herido de muerte. Como Europa, después de la Primera Guerra Mundial, era casi un cadáver, tuvo que apelar a la “Derecha revolucionaria” para que la salvara.

Por la misma época, como lo vimos más arriba, Nicolás Berdiaeff quizo volver la Edad Media para recuperar las virtudes heroicas que devolvieran el impulso creador a la cultura europea.

Dijo, entonces, Berdiaeff: “Si hubiese que establecer una analogía deberíamos decir, entonces, que nos acercamos no a un Renacimiento, sino a un oscuro comienzo de la Edad Media, y que vamos a vernos obligados a pasar por una nueva barbarie civilizada, por una nueva disciplina, por un nuevo ascetismo religioso. Antes de alborear un nuevo e inimaginable Renacimiento”.

Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, en su Dialéctica de la Ilustración ya habían mostrado, desde 1969, cómo el exceso de de razón conduce a la sin razón. Como los intelectuales conocen este maravilloso libro, solamente me detendré en el último capítulo “Sobre la génesis de la estupidez”.

Muestran allí los autores como los animales menos evolucionados, los caracoles en este caso, tienen mayores éxitos en su defensa. Los vertebrados superiores, y el hombre en particular, tienen menor éxito en evitar las heridas. Son estúpidos y repetitivos. De allí que la estupidez sea una cicatriz. Las cicatrices no se borran. De allí el resentimiento con que reaccionan contra la sociedad que los ha herido.

Llegado al término de este viaje que no he querido maravilloso pero si aleccionador, solamente me queda recomendar a mis lectores que lean obras mejores, muchas de las que he citado y algunas otras, como El reencantamiento del mundo,  de otro filósofo reaccionario, que quiere volver a la Edad Media, cuando el conocimiento no se adquiría solamente con la razón sino con todos los sentidos: era un conocimiento orgánico.

Los intelectuales somos hemipléjicos. Sólo usamos la mitad  de nuestro cuerpo, la mitad de nuestras capacidades. Cuando conozcamos todo nuestro organismo, cuando amemos con todo nuestro potencial cuando amemos con todo nuestro potencial erótico, tendremos un verdadero conocimiento y daremos y recibiremos un verdadero amor. Hasta entonces, seguiremos siendo estúpidos resentidos que odiamos a la humanidad en nosotros mismos.

Epílogo

Como lo he escrito a lo largo de este texto, trataré muy brevemente a los intelectuales colombianos. No los conozco muy bien pero los respeto. El siglo XIX, por ejemplo, tiene figuras como don Rufino José Cuervo que hoy son respetadas por científicos tan competentes como Noam Chomsky que lo considera uno de los filósofos más serios de Iberoamérica. Manuel Murillo Toro, un radical de primer orden, cuya lección política no comprendieron sus coetáneos y por eso perdieron, no sólo el poder sino a Panamá.

Como no quiero que este epílogo termine en una antología, personal y arbitraria como todas las antologías, tan sólo me referiré a Baldomero Sanín Cano y a Hernando Valencia Goelkel, quienes no solamente escribieron y escriben textos ejemplares sino que han ejercido un magisterio superior entre sus compatriotas, y más allá de las fronteras. Intelectuales críticos seguros, fueron y son animadores de revistas y círculos literarios de los que han brotado ricas fuentes de sabiduría, de humor y comprensión humana.

Sobre Sanín Cano he escrito dos textos recientes que corren en publicaciones que han tenido cierto éxito. “Traductor de dos mundos”, lo llamé en uno de ellos, porque su escritura hizo conocer los europeos a los latinoamericanos y nos llevó a nosotros a Europa. Sin su obra y su magisterio, continuaríamos siendo una provincia despreciable y nuestros creadores serían admirados por los europeos con la condescendencia con que por mucho tiempo se miró a los africanos o a los orientales.

El humor, la bondad y la sabiduría de Sanín han admirado a todos aquellos que se han acercado a su obra y se me ocurre que ésta puede ser comparada con la de Alfonso Reyes, quien siempre elo admiró. La traducción que hizo para los colombianos, para Silva en particular, de los poetas alemanes y de Nietzsche, nos sacó de la provincia, desde los añs treintas. Tal vez agún día nuestras academias recuerden que tienen en él a un ejemplo, para que no sigan entronizando la ignorancia como virtud y el espinazo débil como forma de vida social y política.

Sobre Hernando Valencia no diré mucho. Remito a quienes tengan algún interés en las trivialidades que escribo, a que lean “El Retrato de un Escritor” que publicó Golpe de Dados en el homenaje que le dedicó en su número de marzo-abril de 1995. Allí consigné:

“La política  repugna a Valencia. Las palabras conservador y liberal no le dicen nada. Minoritario siempre, vacila ante las desmesuras de la democracia. La Libertad, en cambio,  se respira a su alrededor. Cuando luchamos contra la dictadura del General Rojas, lo hicimos en su apartamento y en el de Jorge Gaitán Durán. De allí salieron los manifiestos que suscribieron los escritores y periodistas de entonces.”

“Valencia se eriza ante la palabra cultura. Como Adorno, piensa que en cuanto la cultura se cuaja en bienes culturales y en su repugnante racionalización filosófica, los llamados valores culturales, peca contra su raison d’être. No es propagandista de nada ni de nadie. No cree en la bondad de lo que se vende”.

Mucho podría decirse sobre Gabriel García Márquez pero no sería nada nuevo. Su obra literaria, traducida a innumerables idiomas, maravilla a todo el mundo. Su posición siempre ha sido crítica en política y, sobre todo, en cultura. Opinó en contra de la creación del Ministerio de Cultura y no fue escuchado. En Colombia la cultura se hace por decreto y los grandes talentos se crean en la Gran Burocracia.

Como sé perfectamente que sólo los locos son oídos en tiempos oscuros y como no soy lo suficientemente loco para alcanzar este privilegio, quiero terminar esta torpe tarea de escribir sobre los que no conozco (nadie conoce su cuerpo, menos su espíritu, si lo tiene) apelando a un filósofo del siglo XVIII, Johann Gottlieb Fichte:

“Hay ciertos hombres sabios que eliminan bruscamente con el título de retórico todo lo que está escrito en alguna vivacidad, creyendo que nos da así un alto concepto de su propia profundidad. Si las presentes páginas llegasen hasta las manos de uno de estos hombres tan profundos, les confieso de antemano que las mismas no estaban destinadas a cumplir un objetivo tan ambicioso, sino a recomendar calurosamente algunas ideas que impacten al público menos instruido, que, sin embargo, tiene una notable influencia sobre la opinión pública por la elevada posición que ocupa su potente voz. No se suele llegar con profundidad a este tipo de público; pero si aquella gente más penetrante no encontrase tampoco en esta páginas ningún rastro de un sistema más firme y profundo, ni señal alguna que no (sic) sea digna de una reflexión ulterior, entonces, al menos en parte, la culpa sería suya».

 

JORGE ELIÉCER RUIZ