Revista #11

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Editorial

Articulo

REVISTA CASA SILVA No. 11:
Premio Silva a la Crítica De la Junta Directiva 13
Sobre la Crítica – Hernando Valencia Goelkel 14
El Más Puro de los Intelectuales – Belisario Betancur 17
Palabras Para Hernando Valencia Goelkel – José Agustín Goytisolo 19
Raúl Gómez Jattin El Transgresor Inocente 23
Antonin Artaud Hijo de Dios y primo del Diablo – Juan Carlos Moyano 37
Poetas del Mundo De “Naufragios” – Jesús Barquet 59
De “In extremis” – Claude Darbellay 61
Queja – Izacyl Guimaraes 63
Poema de Aniversario – Alberto Da Costa e Silva 65
Bosnia – Nedzad Ibrisimovic 67
De “Vísperas” – Myriam Moscona 69
Eugenio Montejo Orfeo- Eugenio Montejo 73
Poesía Australiana La Poesía Contemporánea de Australia – Guillermo Martínez González 79
Para Una Bella Dama Polaca – Peter Boyle 82
Emilia Ayarza Una Voz al Mundo – Mauricio Conteras Hernández 87
VI Encuentro de Escritores Presencia Viva de la Poesía – Armando Rodríguez Ballesteros 97
Aparición – Gonzalo Rojas 100
Yo No Vivo en Dinamarca – José Luis Mangieri 104
El Peligro Es Mi Patria – Efraín Jara Idrovo 107
Un Hombre en la Colina – Jesús Urzagasti 110
Efemérides con Hijo – Alex Fleites 112
Elogio de la Imagen – Daniel Samoilovich 114
Fábula – Juan Carlos Galeano 116
Ninguna Mujer Es Mejor Que El Mar – Oswaldo Sauma 117
Mi Madre Nació Junto A Ingrid Bergman – Norberto Codina 118
La Poesía – María Montero 120
Tonto Blues – Rocío Silva Santiesteban 122
Dulces Lazos – David Turkeltaub 124
Alegría – José Adán Castelar 126
Réplica – Alfonso Chase Brenes 128
Semblanza de Gonzalo Rojas – Fernando Caycedo 130
Disgresiones de Un Editor de Poesía – José Luis Mnagieri 136
Un Realismo Deceptivo – Daniel Samoilovich 140
Nietzsche y Silva Nietzsche y el Alma Moderna de José Fernández – Klaus Meyer Minnermann 149
Jaime García Maffla El Laberinto de la Existencia – Carolina Alonso 165
Las Voces del Vigía – Jaime García Maffla 169
Nueva Poesía Colombiana Treno Por Los Muchachos Muertos – Pedro Arturo Estrada 173
Poluciones Poéticas – León Gil 174
I – William Euse 175
De Quien Escucha Cantar… – John Galán Casanova 176
Delirio – Sandra Uribe 177
Balada Para Mis Juguetes – Federico Díaz Granados 178
Exorcismo – Andrea Bulla 179
II – Eva del Pilar Durán 180
Seamus Heaney Cavando – Seamus Heaney 183
Luis Vidales El Poeta y Sus Timbres – Armando Orozco Tovar 191
Métrica, Rima y Ritmo Jorge Luis Borges y la Métrica Tradicional – Jesús Barquet 201
Apéndice Donaciones a la Casa de Poesía Silva 221
Colaboradores 225
Actos Realizados en el Auditorio en 1997 229
Libros de Poesía Publicados en 1997 231
Revistas con Publicaciones de Poesías Editadas en Colombia 234
Publicaciones Extranjeras Con Poesía Colombiana Editadas en 1997 235
Concursos de Poesía en Lengua Castellana 236
Publicidad 241

EL MAS PURO DE LOS INTELECTUALES

Belisario Betancur

La Junta Directiva de la Casa de Poesía Silva

 otorgó al escritor Hernando Valencia Goelkel

el “Premio Silva a la Crítica Literaria 1997”

 

Con mi más cordial saludo, quiero saludar en nombre de la Fundación Santillana para Iberoamérica y en mi propio nombre, al Maestro Hernando Valencia Goelkel. Compromisos académicos en Europa, adquiridos desde el año pasado, me privan del placer de acompañarlos: quería expresarle al crítico y al amigo mi admiración, mi gratitud, mi amistad.

En alguna de mis múltiples candidaturas presidenciales, la noche de la obvia proclamación, al celebrar con varios amigos, entró Hernando y se unió a la fiesta, cuyo motivo desconocía. Ya al final, y para agradecerme, con su proverbial cortesía, el que lo hubiera llevado en mi automóvil, hasta su residencia, me dijo: “te felicito por lo que hiciste hoy”. Yo, muy halagado, le pregunté qué opinaba, y respondió: “me parece magnífico que te hayas retirado de la política”. Entonces supe cuál era el mundo del más puro de los intelectuales puro que haya producido Colombia.

Hernando Valencia Goelkel es un ejemplo especialísimo del amor a la lectura, del buen gusto intelectual y, sobre todo, del temor reverencial y la discreción que infunde el conocimiento de los grandes creadores filosóficos y literarios. De ahí que su decisión de destruir un estudio suyo sobre Cesare Pavese, a quien tanto conoce, me parezca un gesto que lo enaltece y una lección de responsabilidad mental para todos nosotros.

Rodeado del respeto, la admiración y el afecto generales, como apenas es natural, el Maestro –y él sí es un auténtico Maestro- Hernando Valencia Goelkel debe estar inquieto en un acto como el de hoy, tan ajeno a su estilo. Pero ya era hora de que aceptara que, a veces, la gloria se impone y atrapa aún a hombres que la desdeñan como él.

EL TRANSGRESOR INOCENTE

Darío Jaramillo Agudelo

El propósito inicial que tuve cuando titulé estas notas consistía en tratar de ser lo más objetivo posible.

Con toda seriedad –y con toda la candidez que supone semejante seriedad- mi pensamiento era prescindir del individuo y referirme a unos buenos poemas escritos por alguien no importa quién.

Hace muchos años soñábamos Jaime Jaramillo Escobar y yo en un ideal de la poesía que sería el anonimato. Quedaban los textos, quedaban las palabras, pero nunca se sabría cuál era el origen, el sexo, la actividad principal, la época, el color de la piel y del corazón de quien los escribiera.

Me proponía hacer un análisis textual y destacar lo único que hace buen poeta a un buen poeta, que son los buenos poemas.

De manera explícita quería seguir el consejo del propio Raúl, quien justamente en el poema que le da el título al libro que dejó inédito dice:

Los poetas –amor mío- son para

leerlos.

Léelos – Mas no hagas caso a lo que

      Hagan en sus vidas.

Han transcurrido menos de dos meses desde la trágica muerte de Raúl. La misma situación emocional  mía, de todos ustedes, de la atmósfera misma, del aire, no está para ser objetivo. Por lo demás, la fría objetividad –que no existe – es un traje que siempre me ha sentado mal. No quiero ser un crítico, apenas pretendo dejar el testimonio de un lector vicioso de poesía.

Todavía ronda en los recuerdos  de muchos la presencia física del poeta y su voz la escucharemos cuando yo deje de interrumpir la llegada de ese momento. Siento que es imposible el menor análisis textual con prescindencia del individuo que redactó esos textos. Sería mentirle a un clima que impone.

 Y aunque el clima esté por encima de nuestras voluntades, tratándose de Raúl, este clima es anómalo. Veamos.

2.

A pesar de que todo el mundo dice que no hay muerto malo, en el caso de Raúl la primera anomalía consiste en que fue un ser humano a quien era imposible aplicarle categorías éticas. Su bondad no consistía en lo opuesto al mal sino en otra cosa: carecía de la noción de maldad.

Estoy entrando de lleno y de frente en un terreno en apariencia ajeno a la poesía, que es la moral. Pero si identificamos, como corresponde, la ética con la estética, esta noción es útil para leer los versos de Raúl.

No era malo porque careciera de noción de maldad –y aunque esté muerto- tampoco era bueno y él mismo llegó a olfatearlo: Porque no soy bueno de una manera conocida. (pág. 37). [1]

Adonde quiero llegar –y tal vez este es el punto axial de mi lectura de los poemas de Gómez Jattin- es a que esta poesía carece de categorías éticas porque pertenece a un estadio anterior, a una especie de inocencia fundamental.

Lo paradójico consiste en que, cuando esta inocencia fundamental se manifiesta a través de poemas que nosotros leemos desde las limitaciones de una herencia, una cultura, desde el repertorio de prejuicios que cada uno –sin saberlo, como corresponde a los prejuicios- lleva de sobrecarga, resulta ser una poesía transgresora de los valores formales de esa cultura y violatoria de esa arbitraria frontera entre lo que puede ser dicho y lo que está prohibido, lo que debe ocultarse.

Nada oculta quien carece de pudor. El pudor nace de la noción de pecado, concepto inexistente en el estado de inocencia primigenia.

Una inocencia transgresora. No estamos aquí ante la muy válida y deliberada intención transgresora de valores que cada poeta refleja en sus versos. En cambio, en la poesía de Gómez Jattin se trata de una presencia per se, es la inocencia misma manifestándose sin mediaciones: un hombre, dotado fundamentalmente del sentido del ritmo del monólogo teatral, que ha atravesado subterráneos de la mente y de la vida que ni siquiera podemos imaginar, este hombre –como una fuerza de la naturaleza- deja salir un borbotón de palabras sobre asuntos prohibidos, una explosión de palabras tan exactas, que poseen la potencia espiritual  de la más honda poesía.

Podemos llegar al lugar común de que los locos y los niños siempre dicen la verdad. Pero esta simplificación no obedece a los hechos. Primero porque no se trata tan sólo de la incapacidad de saber qué puede decirse y qué está vedado, sino de la virtud sobrenatural de expresar zonas tabú del verbo y hacerlo con la dignidad propia de la poesía. Y, segundo, por una falta de simultaneidad entre los momentos en que Raúl atravesaba sus peores crisis y las épocas en que escribió su poesía. Más adelante me referiré a la oposición entre locura y poesía, que representa Raúl Gómez Jattin.

Me interesa destacar aquí otro punto que se deriva del razonamiento que traigo. Un estado anterior a toda ética, un estado de inocencia primigenia y sin noción de pudor, se corresponde con una forma anterior a toda estética, una especie de “arte bruto”, para utilizar el concepto de Dubuffet.

Otra paradoja que resulta de la lectura de la poesía de Gómez Jattin es que esto que acabo de afirmar como simetría de la lógica, no es exacto. Porque resulta que, cuando un individuo lee la poesía de Raúl –un individuo incrustado en los juicios y prejuicios de nuestra cultura e imbuido en los gustos de su tiempo-, ese individuo puede leer la poesía de Raúl y encontrar poemas que, analizados bajo la lupa de aquello que, para él significa un buen poema, son excelentes poemas. En otras palabras, lo que personalmente como lector que no anda en búsqueda de innovaciones retóricas ni de técnicas revolucionarias, un simple lector que siempre ha tratado de encontrar poemas que le parezcan hermosos, ese lector puede hallar un grupo grande, significativamente grande –por lo menos de quince- poemas del total de su obra que son excelentes poemas y que convierten a Raúl en uno de los más significativos poetas colombianos de nuestro tiempo.

Aquí los extremos se juntan de nuevo porque resulta que buena parte de aquel grupo de excelentes poemas tiene por tema asuntos transgresores del sentido del pudor que impera en nuestro tiempo. De algún modo misterioso, esa inocencia primigenia ha encontrado un canal conectado a las categorías estéticas que nos dominan y ha dado con el detonador de nuestra sensibilidad poética. El resultado es un grupo de poemas que nos deslumbran por su brutal hermosura.

Me propongo enseguida mostrar los elementos concretos de la poesía de Gómez Jattin que orquestan la formidable transgresión al sistema convencional de valores, los mecanismos formales que utiliza y su evolución como poeta.

3.

El sexo, aún las actividades sexuales menos aceptadas por la sociedad, nunca ha sido un tabú para la poesía. A este respecto, encuentro la originalidad de Gómez Jattin en su actitud general e indiscriminada: todo, comenzando por él mismo, repito, todo, persona, animal o cosa es objeto de deseo para el poeta. Carlos Jáuregui – el crítico que mejor conoce la obra de Gómez Jattin- encontró la palabra para designar el fenómeno: pansexualismo. Cobo Borda dice que “su amor desmesurado y promiscuo, recubre hombres y animales, mujeres y paisajes, con una sinceridad brutal y conmovedora”.

En una expresión tan directa no cabe la polisemia. Pero hay polisemen en cantidades.

Comencemos por la zoofilia. Jáuregui recuerda que “Zeus adopta la forma de un cisne para seducir a Leda, de un toro con Europa y de un águila para hacer lo propio con Ganímedes”. En el folclor y en la cultura popular también abundan las alusiones a la zoofilia, tema tabú en la poesía latinoamericana.

El tema aparece desde el primer libro de Gómez en “Porque te quiero burrita” y alcanza su apoteosis en “Donde duerme el doble sexo”, especie de entusiasmada enciclopedia de zoofilia: la gallina, la paloma, la pata, la perra, la cerda, la gata, la carnera, la chiva, la pava, hasta la burra que  es lo máximo del sexo femenino. Y todo descrito con inocencia: todo ese sexo limpio y purod como el amor entre el mundo y sí mismo.

Dice Jáuregui que “cabe resaltar la carga revolucionaria de estos poemas autobiográficos. El solo hecho de plantear el asunto en una sociedad en la que se tolera la zoofilia pero no se habla de ella, es ya un enfrentamiento a las convenciones sociales y al hacerla tema poético la palabra subvierte el código moral, especialmente por la presentación naturalista de los poemas, que van directo al tema sin pretensiones de fábula o alegoría, en una red temática inexplorada por la poesía latino americana”. [2]

El homosexualismo, en cambio, si ha sido tema de la poesía latinoamericana. De hecho, existe un volumen completo de carácter panorámico,  debido al crítico norteamericano David Foster, Gay and lesbian Themes in Latin American writing, editado en Austin, Texas en 1991. En Colombia puede rastrearse desde Porfirio Barba Jacob. Y en una época en que heterosexuales, homosexuales y bisexuales, todos por igual, imitan a Cavafis, no es propiamente el tema lo que constituye la transgresión, sino la manera de abordarlo, desde el acto sexual mismo , como ocurre en “El disparo final en la Vía Láctea y en otros poemas. Este punto de vista, entre la misma cama, lo lleva a intercalar sin pudor, con la inocencia de quien comparte un secreto que no considera secreto, palabras preorgásmicas:

  …tú inclinado en mi rostro

Secretándome señales en el camino

‘todavía no’ o ‘aprisa que me muero’.

(“Serenata”, 104)

 El lenguaje, las palabras, salen de la jerga, de la conversación, de los nombres que la adolescencia inventa, del diccionario: no importa de dónde proceden, lo esencial es que son explícitas hasta un punto, que para hallar comparaciones, es necesario trasladarse a otras lenguas, a ciertospoemas de Allen Ginsberg o de Jean Genet.

 Soy de la mujer y del hombre (pág. 101), declara el poeta, pero en sus poemas heterosexuales no podía quedarse sin violar algún tabú, en este caso la edad:

 Tenía un deseo tan desesperado

de meterle la mano entre las piernas y

      tocarle

El centro de su ser. De acariciar su

     Pelambre

Que languidecía al almuerzo

mientras me sobaba la bragueta

(…)

A los nueve años tenía una mujer de trece

Caliente como una perra en celo. Aunque

tenía cara de gata ¡No joda! ¡A los nueve!

Hoy me asombro. Pero entonces le echaba

dos polvos en la tarde.

(“Polvos cartageneros”, 135)

 

No fue ésta, sin embargo, la iniciación sexual de poeta, que antes hablando de la gallina, la ha calificado como súper sexo para mis seis años. (pág. 104).

 El erotismo no sólo se toca desde la más cruda explicitud. Vale contar aquí que Gómez Jattin es autor de poemas amorosos donde (nunca consciente de ellos) no viola tabús de lo innombrable y deja aflorar una indefensa y cálida ternura, como en “La hamaca nuestra”, “Acción de gracias”, “Casi obsceno” y “Morir a solas”, todos ellos, hermosos poemas.

 En 1992, don Rogelio Echavarría publicó una antología con Los mejores versos a la madre, todos escritos, más de 150 poemas, por autores colombianos. En la tradición judeocristiana, en los valores pregonados por nuestra sociedad, acaso no exista un rol más sagrado que el de la maternidad. Y en ningún terreno, ni siquiera en el terreno del erotismo, es Raúl Gómez Jattin más transgresor que en éste. Para simplificarlo al máximo –y, con la simplificación, deformar la intensidad demente de este sentimiento capital en los poemas de Raúl- la más primaria y desgarradora declaración del poeta es que su mamá no lo quiere.

 “El Dios que adora”, primer poema del Tríptico cereteano es un intento de explicación total de sí mismo. Allí se responde los ¿por es un intento de explicación total de sí mismo que hace el poeta. Allí se responde los “¿por qués?” fundamentales. Y allí enuncia su acusación:

Porque mi madre me abandonó cuando

Precisamente más la necesitaba.

Más adelante, en “Un fuego ebrio de las montañas del Líbano” la llama y le perdona sin perdonarla:

Yo te sé de memoria Dama enlutada

Señora de mi noche Verdugo de mi día

En ti están las fuentes de mi melancolía

(…)

Madre yo te perdono el haberme traído

        al mundo

Aunque el mundo no  me reconcilie contigo.

                      (pág. 39)

 

El odio a la madre no se queda en ella, sube hasta la abuela que se regocijaba en ser un monstruo (pág.107), esa “Abuela oriental”:

A esa mujer malvada

que me esquilmaba el pan

(…) yo la odié en mi niñez

                       (pág. 65)

Ese desafecto indiscutible se convierte en travesura infantil, en una especie de justa venganza una catarsis, en “Qué trabajos tan hermosos tiene la vida”:

Acecha a la maldita de tu abuela. Me

        aconsejo

Soporta el sol y si es preciso acalámbrate

esperando a que la carcamala duerma

mientras oye novelones de radio y discute

        con el malo

Desátale el fajón de su camisola

y amárrala al mecedor para que ojalá

no se suelte nunca. Es tu día.

                       (pág. 92)     

Si con el odio visceral –y redimible- contra madre y abuela, Raúl Gómez Jattin logra hermosos y desgarradores poemas, en sus poemas contra otras personas se queda en ese nivel de catarsis de una formidable furia, que le hace bien a la digestión y a la conciencia de cualquiera que se deshaga de un taco, pero no alcanza las alturas de la poesía.

La sátira y la manifestación de odio tienen una larga tradición en la poesía, desde Marcial hasta Neruda o, par ano ir muy lejos, Jorge Zalamea.

Sin embargo, en la poesía colombiana de los últimos 50 años (acaso con la salvedad de Jaime Jaramillo Escobar) no aparece la diatriba como tema poético. Hasta Raúl Gómez Jattin, que regaña en sus poemas, se diría, para evitar que su rabia tome el curso de la violencia. Dice en “Conjuro”:

Señores habitantes

Tranquilos

que sólo a mí

suelo hacer daño.

                    (pág. 96)       

  Por esta misma razón, razón de exorcismo, razón de catarsis, mera cantaleta, se justifican estos poemas.

Uno de los blancos favoritos de sus despotricamientos es la traición a la poesía como “El que no entendió nunca”, “Poeta urbano” y “Lamento por un poeta malogrado”.

Enredado con la vida de los otros

Marchitó una vocación de alta poesía

(…)

Una escarcha de ceniza vengativa

cubre tu palidez de héroe

que ha vivido demasiado

Y que no tiene traidor que lo asesine”.

                      (pág. 44)

 

Y está ese “Ira infame”, donde el poeta convierte esta rabia en un programa, en el fondo, en una especie de higiene del alma:

Yo lo quisiera con ese odio volcado

sobre el papel del poema.

                       (pág. 55)

 

Otro motivo de las iras y reproches son las amigas de la infancia, como en “A una vecina de buena familia” (pág. 46) y en “Qué te vas a acordar Isabel”, un poema que se salva de la irritada exasperación de los otros, un hermoso poema.

Aquí me interrumpo para hacerme una advertencia, casi para llevarme la contraria. Una poesía que transgrede toda ética, necesariamente transgrede toda estética. Acaso la tarea consista en construir una nueva sensibilidad para apreciar estéticamente los poemas de Raúl que, según mi lectura, es decir, mi gusto, no tiene la calidad poética de otros. Igual cosa debo decir, adelantándome, de los últimos libros de nuestro poeta, Esplendor de la mariposa y Los poetas…amor mío, este último todavía inédito. Pero me adelanto y es la hora de recorrer su bibliografía.

 4.

Claudia Cadena, la editora de Poesía 1980-1989, me manifiesta que ella corroboró que Raúl Gómez Jattin nació en Cartagena en 1945 y no como dice el Tríptico cereteano, que era natural de Cereté o como dice Poemas, que nació en 1946. De modo que Raúl ya era un señor de 35 años cuando publicó su primer libro, Poemas, en 1980. No había participado en las múltiples publicaciones colectivas, en periódicos y revistas de Colombia y en el exterior, que hicieron sus compañeros de generación y, apelando a una memoria casi atávica, alcanzo a recordar que por los tiempos de estudiante universitario era más conocido como hombre de teatro.

Para ese momento -1980- sus coetáneos todos ya habían publicado por lo menos un libro de versos, pero Poemas alcanza a tener un toque de identidad con un rasero común a su generación, y que lo incluye: un estilo cuidado, unos poemas breves, irisados de imágenes tranparentes, sin ninguna transgresión, salvo el zoofílico y casi tierno “Te quiero burrita” (pág. 25) y donde ya aparecen algunos excelentes poemas como “Qué te vas a acordar Isabel”.

En marzo de 1988 la Fundación Simón y Lola Guberek publicó un volumen –Tríptico cereteano- que contiene tres libros –Retratos, Amanecer en el Valle del Sinú y Del Amor- escritos simultáneamente entre 1980 y 1987. En suma, un solo libro, un libro río, que el autor divide por temas que inevitablemente se entrecruzan como brazos de una gran corriente incontenible.

En el Tríptico cereteano, sin duda su obra capital, Raúl es excesivo y ni siquiera se niega a una tosquedad que ningún poeta de su generación, cuando era joven, se hubiera permitido. Pero ese desbordamiento tiene una fuerza que convierte en accidental cualquier torpeza. Me temo –poco dotado como estoy para ser permisivo en estos asuntos- que aquí la torpeza pertenece íntegramente a quien se detenga por las piedras que encuentra en la corriente, sin percibir su fuerza delirante.

A la hora de hacer homenajes explícitos a ciertos poetas, cuestión que confirmaría pistas acerca de cuáles son sus fuentes formales, Gómez Jattin se refiere a Cavafis, a Pessoa y a Octavio Paz –tres lecturas obligatorias para los poetas de su generación (así como para la generación anterior fueron Rilke, Eliot, y García Lorca) y menciona dos poetas colombianos, Álvaro Mutis y Jaime Jaramillo Escobar, a quienes dedica sendos poemas, y quienes aportan claves para la comprensión del aparato retórico de nuestro poeta.

Carlos Jáuregui ha dedicado un volumen completo a estudiar la poesía de Gómez Jattin, donde concluye que “la poesía se define en términos de la muerte, siendo esta la razón de la obra de arte , de la creación. En la obra de Gómez –concluye Jáuregui-, la poesía es un juego perdido que se tiene con la muerte, esa aliada que como en Scherezada inspira al artista bajo la amenaza diaria”.

Quien en este instante evoque la desesperanza sin resignación que transpira la obra de don Álvaro Mutis, sabrá establecer los puentes con la interpretación de Jáuregui.

En principio, el poema de Raúl a Jaime Jaramillo Escobares su respuesta a una hermosa carta que éste le escribió. Pero hay algo más, mucho más profundo. Jaime es autor de dos libros –Sombrero de ahogado y Poemas de tierra caliente- construidos con los elementos de la oralidad, del discurso hasta la retahíla del culebrero, pasando por todas las gamas del habla. Y no hay poeta colombiano que haya usado con más sobriedad la forma vesicular y de ambas cosas se aprovechó, a su modo, Raúl Gómez Jattin.

Raúl estudio derecho, pero sus tempranas experiencias universitarias y profesionales fueron en el teatro. Y del teatro ha prestado un interesantísimo aparato retórico. El gusto por los finales contundentes, el ritmo de los parlamentos teatrales, el tino para captar el modo de la conversación y volcarlo en el poema, como ese delirante “Veneno de serpiente cascabel” sobre los gallos de pelea o ese otro monólogo sobre la poesía en “Qué trabajos tan hermosos tienen la vida” y que termina –siempre los finales-:

 …Empieza un verso

Apúrate pendejo que por ahí

entre tus glándulas

transita la vejez inerme.

                      (pág. 92)  

Los recursos del teatro –poesía para decir en voz alta- son notorios en varios poemas como leiv motivs verbales, simetrías y repeticiones, a manera de letanía como un “Ese que no me ama”, “La amiga traída por la música” y –la terrible- “Pequeña elegía”:

Ya para qué seguir siendo árbol

si el verano de dos años

me arrancó las hojas u las flores

Ya para qué seguir siendo árbol

si el viento no canta en mi follaje

si mis pájaros migraron a otros lugares

Ya para qué seguir siendo árbol

sin habitantes

A no ser esos ahorcados que penden

de mis ramas

como frutas podridas en otoño.

                     (pág. 93)

El clímax final del monólogo de teatro  y la “ancha cola”del poema que, desde el modernismo, identifica la estética convencional, se reúnen Raúl Gómez Jattin, auténtico mago de los finales de poemas. Por el sólo placer de repetirlos cito algunos finales, a manera de ejemplo, como en “Si las nubes”…:

Si mis amigos no son una legión de

         ángeles clandestinos

Qué será de mí.

 

Otro final, desgarrador y tierno, figura en “Qué te vas a acordar Isabel”:

Ahora que usas anteojos

cuando nos vemos me tiras un ‘que hay

        de tu vida’

frío e impersonal

Como si yo tuviera de eso

Como si yo todavía usara eso.

 

O como ese otro final que ahora nos sirve para invocarlo, “El suicida”:

Cayó

y sin un solo gemido

se fue a galopar

a las praderas del cielo.

 

Hay que admitir que una anatomía de recursos formales es también un accidente frente a ese desgarramiento de la voz poética y a la hondura del limpio testimonio de un hombre que habla de mis duros cuarenta años vividos entre soledad y la locura, y que van mucho más allá de cualquier dominio técnico o de cualquier recurso de utilería, y que nos deja, él lo ha dicho, unos poemas anudados por la desolación.

Un libro-río. Y no solamente en el sentido de un texto no mediatizado, vibrante, fluyente, de ritmo áspero, con personajes y escenarios que se entrecruzan como brazos de una misma corriente. Libro-río porque la unidad general del paisaje –una región concreta, una geografía exasperantemente local, por fortuna- se logra por el río que la cruza. Al pueblo lo divide un río que refresca la resolana y que marca ese mal que no cura pero que tampoco mata de ser hombres de río con el alma anegada. Sinú es el nombre del río –Arrojo mis soledades al Sinú –y es el nombre del valle –yo tengo para ti mi buen amigo un corazón de mango  del Sinú-. Y el río se convierte en un símbolo, como en el comienzo de su poema a Álvaro Mutis (Álvaro, yo también tengo un río de enfermedad y muerte) y como en el final de este hermoso poema, donde se evidencia el tono desgarrado, el monólogo teatral y el muy frecuente tema del amor.

             CASI OBSCENO

Si quisieras oír lo que me digo en la

        almohada

El rubor de tu rostro sería la recompensa

Son palabras tan íntimas como mi propia

       carne

que padece el dolor de tu implacable

       recuerdo

Te cuento ¿Sí? ¿No te vengarás un

       día? Me digo:

Besaría esa boca lentamente hasta

       volverla roja

y en tu sexo el milagro de una mano que

       baja

en el momento más inesperado y como

       por azar

lo toca con ese fervor que inspira lo

       sagrado

No soy malvado Trato de enamorarte

Intento ser sincero con lo enfermo que

       estoy

y entrar en el maleficio de tu cuerpo

como un río que teme al mar pero

       siempre muere en él.

 ¿Casi obsceno? Nadie más inocente, más transparente, menos poseído por la malicia que este poeta, el más explícito, el más desparpajado de la poesía colombiana. A esto ayuda, también su origen. El costeño es menos retorcido que el cachaco. Esto explica que Miguel Rash Isla sea el pionero en la composición de versos abiertamente eróticos y que Rojas Herazo sea tan explícito con el cuerpo, con las glándulas. Así, culturalmente, el costeño tiene menos melindres frente al sexo. Si ese costeño posee, además, la dulce inocencia de quien no ha tenido el control de sus pudores por una razón de convivencia social y, además, ese costeño, ese poeta, es excesivo y efusivo, el resultado es este desenfado que ronda con el humor o con el lirismo, pero nunca con la vulgaridad:

 No era bella

pero tenía un picor que la cimbraba

del clítoris a los ojos.

 

Hijos del tiempo, el siguiente libro de Raúl Gómez Jattin fue editado en 1989. Aquí hay un solo poema en tono personal, el último, “Lola Jattin”, escrito en un tono de reconciliación, algo distinto a los poemas a la madre de su obra anterior:

Más allá de este verso que me mata en

        secreto

está la vejez –la muerte- el tiempo

        inacabable

cuando los dos recuerdo: el de mi madre

        y el mío

sean sólo un recuerdo solo: este verso.

                  (pág. 190)

 Así termina este libro donde todos los poemas tienen un nombre de la mitología o de la historia. No son una máscara ni un pretexto que lleve a hablar del poeta mismo. No hay una primera persona, ni siquiera disfrazada de tercera.

 Desaparecen la autobiografía, los afectos y los desafectos. Y esa emoción mediatizada que lo diferencia radicalmente de su obra anterior, borra el tono coloquial, la franqueza sexual, el slang.

 Persisten ciertos recursos provenientes del monólogo teatral.

 Y también temas que vienen de la profesión teatral o de la lectura de Mary Renault y Marguerite Yourcenar. Lo mismo que en Quessep, en Gómez Jattin aparecen Scherezada y Li Po. El clásico chino volverá en Roca. Y un poeta joven, Carlos Framb dedica todo un libro a un personaje que aquí es un poema, Antinoo. Y están, entre otros Kafka, el cacique Zenú, Godofredo de Buillon, Homero, Mantegna.

 Para Jorge Cadavid, la propuesta de Hijos del Tiempo “es la destrucción de un tiempo histórico y la recuperación de un tiempo mítico y, más aún, de un tiempo poético: pero no. El mito es el indiscutible tiempo de la historia”.[3]

 En 1993 apareció en Cartagena un nuevo libro, no incluido en la edición de Poesía 1980-1989, con el título de Esplendor de la Mariposa, un volumen que contiene 15 textos breves y mediocres.

 En una entrevista de Cromos,  citada por Jáuregui (pp 23-24) dijo Raúl: “en mayo del año pasado estuve en el hospital de San pablo en Cartagena y escribí en media hora Esplendor de la mariposa”. Francamente, y sin ninguna ironía, me parece que se demoró mucho rato para componer estos textos tan exangües. Jáuregui está de acuerdo con esto y dice: “la expresión es pobre. La idea pierde vuelo y la brevedad del verso no convence…fue libro escrito a las carreras y publicado con irresponsabilidad” (pág. 23).

 Y lamento informar que algo muy parecido puede decirse del libro que dejó inédito Los poetas -amor mío-, escrito en los últimos años. Poemas sin fuerza, poemas sin ritmo, poemas balbuceados en escasos momentos de una lucidez fatigada, apenas suficiente para tratar de sobrevivir, una lucidez que ya no alcanzaba para esos borbotones verbales que antes había volcado en su escritura.

  5.

 Con motivo de su muerte, la revista Cambio 16 me pidió un obituario con el que deseo terminar esta lectura, intercalando una cita del poeta:

 Raúl Gómez Jattin descansa en paz. También sus amigos y familia descansamos en paz. No fue un hombre feliz y no irradió felicidad a su alrededor sino cuando fue un poeta. Pero también su vena creativa fue víctima de su naturaleza cerril, difícil.

 Me enfurece que se venda la imagen pública del poeta loco. La realidad era más dura. Si se quiere, un loco que antes de enloquecerse, fue poeta: la locura no es un delirio creativo; la locura es triste. Aquél pobre individuo que incendiaba cuartos de hotel  o se desnudaba donde no se usa o que agredía al amigo generoso, ese Raúl que deambuló por Bogotá y Cartagena cerrándose puertas, no era el mismo individuo que compuso el Tríptico cereteano en intervalos de lucidez y de decencia con él mismo y con el mundo.

 La poesía es producto de la lucidez, lucidez que llega a versar sobre zonas oscuras del alma y del cuerpo. En cuanto fue poeta –y mientras lo fue- logró tender puentes de amistad. Y no porque estuviera escribiendo poesía, sino porque mientras la escribía era un individuo que se amaba a sí mismo, que no se hacía detrimento ni se infligía heridas y porque, también, lograba con el reconocimiento a su poesía una autoestima que lo volvía un ser divertido y grato cuando estaba lúcido. El mismo lo dijo:

 …como se quiere de entrevero

como se quiere uno

cuando alguien ama algo de uno

                    (pág. 68)

 Me enfurece que se asocie a la poesía con aquella dolorosa miseria de Gómez Jattin descalzo, en paños menores, dispuesto a golpear a sus mejores amigos, a gritar salvajemente a la directora de la biblioteca o al profesor de historia por deudas imaginarias. Mentiras: entonces no escribía poemas. Sufría y – con él- sufríamos muchos, él a su manera desgarradora, nosotros con la solidaridad humana ante el deterioro de ese ángel brutal e inconsciente y dañino que antes, en épocas de sosiego, en intervalos de paz, en un vano intento de salvación personal, escribió hermosos poemas.

 Lo siento, reivindicadores de la irracionalidad, de la vida miserable de los creadores y de los poetas. Para escribir poesía -y Gómez Jattin las requirió cuando escribió sus mejores poemas- se necesita paciencia, disciplina, cierto orden –todas virtudes antipoéticas- y una especial capacidad de resonancia, un sentido del ritmo del lenguaje, una inimaginable habilidad para cometer torpezas y otra inimaginable insistencia para corregirlas, cierta visión oblicua, pero coherente del mundo. Asuntos que no pertenecen al mundo de la locura, que más bien pudieran ser una vía para escaparse de ella, la única que poseyó Gómez Jattin.


[1]  Todas las citas corresponden a la edición de Editorial Norma Poesía 1980-1989, que contiene los volúmenes Poesías, Tríptico cereteano (Retratos, Amanecer en el  Valle del Sinú y Del amor) e Hijos del Tiempo.

[2] Carlos A. Jáuregui: Tierra, muerte y locura. Lectura crítica de la obra de Raúl Gómez Jattin, West Virginia University, 1997.

[3]  Boletín Cultural y Bibliográfico, Bogotá, No. 23. Págs. 95-96.