
Bogotá, 1802 – ¿?- 1829
No importa que el poder y la venganza
para labrar mi ruina se coliguen,
y encarnizados contra mí persiguen
cuantos recursos su furor alcanza.
Los crueles dardos que su mano lanza
penetrar a mi asilo no consiguen;
y por más sangrientos me persiguen,
no agotan en mi pecho la esperanza.
Porque supe ser hombre, como a fiera
la sociedad me arroja de su seno;
mas la virtud su imperio recupera,
y con su influjo, de constancia lleno,
sabré burlar la proscripción severa,
o hasta el cadalso caminar sereno.
Ya todos tus deberes has llenado,
infeliz corazón, ¿por qué suspiras?
¿por qué quieres con bárbaros recuerdos
renovar el dolor de tus heridas?
Es tiempo de olvidar eternamente
dulces instantes y soñadas dichas
que mi pecho engañado embelesaban
y un feliz porvenir le prometían.
Volaron a la nada para siempre
de un amor inocente las delicias,
y el cielo ha reprobado unos afectos
más puros que la fuente cristalina
que brotando del seno de una roca
en doradas arenas se desliza.
¡Ay! arroyo infeliz de mi ternura,
llegaste al mar de mi fatal desdicha,
y tus ondas se pierden en tu seno
en amargas espumas convertidas.
Yo vi brillar un rayo pasajero
de esperanza, contento y alegría,
recibióle con ansia el alma mía,
sintió aliviar los males de que muero.
Mas, ¡Ay de mí! Qué rápido y ligero
vi que al instante de mi pecho huía,
y tornó la fatal melancolía
a dominarme con rigor severo.
Así el atribulado caminante
que en noche tenebrosa errando vaga,
ve lucir un relámpago brillante;
un momento de luz su vista halaga;
mas ella solo dura un corto instante,
y en las tinieblas su esplendor apaga.
De un bosque enmarañado en la espesura,
bajo un peñasco inmóvil y musgoso,
negra mansión del búho pavoroso,
hubo una cueva, aunque pequeña, oscura.
En las montañas de la tierra dura,
aquí mis manos con afán penoso
cavaron un asilo tenebroso,
de un ser viviente triste sepultura.
Un giro anual el sol ha completado
desde que ausente y solitario moro
en mi lóbrega tumba confinado.
Aquí mi amarga situación deploro;
y cuánto tiempo en tan fatal estado
he de yacer, ¡ay infeliz! ignoro.